18 junio 2011

Jesús nunca existió 2
























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Excluida está la objeción de todos los que dicen: Si nació entonces, luego Cristo no existía anteriormente. Porque mostramos que el Hijo de Dios no comenzó entonces, existiendo siempre en el Padre. 1
San Ireneo, Adversus haereses, 3.18.1

El Padre no engendró al Hijo y el Padre lo soltó desde su generación, sino que lo engendra siempre. 2
Orígenes, Homiliae in Jeremiam, 9.4

He dicho ya muchas veces que en estos [textos] no se narran historias, sino que se entretejen misterios. 3
Orígenes, Homiliae in Genesim, 10.4

Las cosas que se han escrito que sucedieron a Jesús no tienen toda la visión de la verdad en la letra pelada y en la historia. Pues se demuestra que cada una de ellas es un símbolo de algo, entre los más inteligentes que leen la Escritura. 4
Orígenes, Contra Celso, 2.68


Maldito el hombre que tiene la esperanza en un hombre (Jer 17.5). Con esto [se refiere] a los que piensan que el Salvador, ciertamente el Hijo de Dios, era un hombre. Porque se atrevieron, entre las muchas maldades humanas, a decir también esto: que el Unigénito, el Primogénito de toda creación (Jn 1.18; Col 1.15) no es Dios. Maldito, en efecto, el que tiene la esperanza en un hombre. Es evidente que son malditos los que tienen la esperanza en un hombre. Yo diría que no tengo la esperanza en un hombre; esperando en Cristo Jesús yo no conozco a un hombre. No solo no conozco a un hombre, sino que conozco a la Sabiduría, a la Justicia misma, a un hombre por medio del cual fueron creadas todas las cosas en los cielos y en la tierra, visibles e invisibles, ya principados, ya potestades (Col 1.16). Maldito el hombre que tiene la esperanza en un hombre. Aun cuando el Salvador atestigüe que el que llevó puesto 5 era un hombre, pero aun si era un hombre, sin embargo, ahora de ningún modo es un hombre. Porque aun si conocimos a Cristo según la carne, sin embargo, ahora no lo conocemos (2Co 5.16), dice el Apóstol. [. . . .] En ningún hombre esperamos, aun cuando parezcan ser amigos de nosotros. Porque no esperamos en ellos, sino en nuestro Señor, que es Jesucristo.
Orígenes, Homiliae in Jeremiam, 15.6

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Por el texto de Orígenes que presento a continuación, traducido por mí, se puede comprobar fácilmente a qué tipo de ficticia realidad se referían los cristianos cuando hablaban de los evangelios. Según Orígenes, la realidad que describen los evangelios no era una realidad perceptible por los ojos del cuerpo (τῶν τοῦ σώματος ὀφθαλμῶν) y el oído sensible (τὴν αἰσθητὴν ἀκοὴν). Dado que, según él, ninguna de las cosas sensibles es verdadera,6 la verdadera realidad de los evangelios solo podía percibirse mediante un sentido divino (αἴσθησιν θείαν) al que Orígenes llama explícitamente un sentido no sensible (αἰσθήσει οὐκ αἰσθητῇ). Por tanto, todos los actos de Jesús eran ficciones, como corresponde a un hombre ficticio. Cuando los evangelistas narran la curación del leproso no se referían a una lepra real o sensible, sino a otra (ἄλλης) lepra simbólica. Si Jesús limpió la lepra simbólica más que (μᾶλλον ἢ) la sensible, entonces no limpió ninguna de las dos, pues aquella no era real y no la limpió realmente. Por tanto, el tacto (ἁφῆς) de Jesús era más ficticio que real, pues era más inteligible que sensible. Los evangelistas sabían que estaban escribiendo ficciones, pero para ellos estas ficciones eran verdaderas, puesto que para ellos la ficción de Dios, al cual ponían por testigo,7 no solo era verdadera, sino la verdad misma. Los evangelios no se escribieron para exponerse a la gran risa de los incrédulos, que piensan que de modo semejante a los que han inventado estas cosas, creen que también nosotros las inventamos. Pero Dios es testigo de nuestra conciencia, que no quiere componer la divina enseñanza de Jesús con falsos relatos, sino con una evidencia variada (Contra Celso, 1.46).
Orígenes, que vivió en la capital política de Judea, Cesarea, en una atalaya priviligiada para observar los cimientos iniciales y todavía frescos del cristianismo —si la historia de Jesús hubiera ocurrido realmente—, y en una época en la que todavía tenía a mano la posibilidad de consultar archivos y documentos recientes, ni siquiera se plantea la existencia de pruebas reales y efectivas que confirmaran la historia de Jesús, y en cambio, se refugia en la imposibilidad de probar las historias míticas, correlacionando estas con los evangelios, y la intención de los escritores (τὸ βούλημα τῶν γραψάντων) de estos con la intención de los que inventaron (τὸ βούλημα τῶν ἀναπλασαμένων) aquellas. Es decir, los evangelistas tenían a sus ojos el mismo crédito que los inventores de mitos.
La historia de Jesús tenía, según Orígenes, la misma realidad que tienen los sueños, y ocurrió del mismo modo que ocurren las fantasías de los sueños, es decir, no ocurrió nunca. Tratando de defenderse de Celso, según el cual la historia de la paloma y por tanto toda la historia del bautismo era una ficción (ὡς πλάσμα / ὡς πλάσματος), a Orígenes no se le ocurre mejor cosa que comparar toda la historia de Jesús que se refiere en los evangelios (ὅλην τὴν φερομένην ἐν τοῖς εὐαγγελίοις περὶ τοῦ Ἰησοῦ ἱστορίαν) con las leyendas míticas de los griegos, es decir, tan verosímil era aquella como lo eran estas.
Según Orígenes, los relatos sobre Jesús no solo eran ficciones semejantes (πλάσματα ὅμοια) a las de otros personajes míticos como Zalmoxis, Dionisos o Aristeas, sino más magníficos (σεμνότερα), pues Jesús era más poderoso que todos aquellos,8 y por tanto eran cuando menos tan míticos como los de aquellos e igual de ficticios. Además, Orígenes no relaciona las cosas que están escritas sobre Jesús (τὰ περὶ τοῦ Ἰησοῦ ἀναγεγραμμένα) con una tradición histórica reciente, ni con pruebas o documentos fehacientes, sino con las cosas que están escritas (τὰ ἀναγεγραμμένα) que Dios dijo a Adán y a los demás. Es decir, la historia de Jesús tenía la misma historicidad que las historias del Génesis, pues afirma con plena confianza que el Espíritu que enseñó a Moisés una historia (ἱστορίαν) más antigua que él, empezando por la cosmogonía, siguiendo hasta la de Abraham, su padre, también este enseñó a los que escribieron el evangelio el suceso extraordinario durante el tiempo del bautismo de Jesús (Idem, 44). De modo que, al igual que los judíos no tenían pruebas sobre Moisés, tampoco los cristianos las tenían de Jesús, pues únicamente aducían como pruebas las profecías: Y no obstante, confesad que no tenéis prueba (δεῖξιν) sobre Moisés, y escuchad las pruebas (ἀποδείξεις) sobre Jesús por la Ley y los profetas, pues nosotros demostramos las cosas de nuestro Jesús por los (libros) proféticos (Idem, 1.45; 3.23; 6.35).
Y si dicen que el Señor hizo estas cosas en apariencia 9 los llevamos a los (libros) proféticos, y  por ellos demostramos (ἐπιδείξομεν) que todas las cosas sobre él fueron predichas así, y sucedieron verídicamente, y que solo él es el Hijo de Dios.
Como puede verse, ellos no demostraban las cosas que el Señor hizo acudiendo a  la realidad, como sería de esperar si Jesús hubiera sido un hombre real, sino apelando a la fantasía.

























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Orígenes, Contra Celso, 1.41-43, 48


Vamos a ver, pues, lo que dice acusando como si el Espíritu santo hubiera sido visto somáticamente por el Salvador en forma de paloma. Y es el judío el que todavía dice estas cosas al que confesamos que es nuestro Señor, a Jesús: Bañándote, dice, junto a Juan, dices que sobre ti cayó del aire un fantasma (φάσμα) de pájaro. Después, preguntando en su lugar el judío, dice: ¿Qué testigo fidedigno vio este fantasma (φάσμα), o quién oyó la voz del cielo que te adopta Hijo por Dios, excepto que tú lo dices y aduces a uno solo de los que, como tú, fueron castigados?
Antes de que comencemos la defensa, hay que decir que querer probar casi toda historia (ἱστορίαν), aunque sea verdadera, como sucedida y hacer una fantasía (φαντασίαν, representación) comprensible de ella es con mucho de las cosas más difíciles, y en algunos casos imposible. Así pues, supongamos que alguien dice que no ha sucedido la guerra de Ilión, principalmente por estar entrelazada con la historia (λόγον) imposible de que había existido un Aquiles, hijo de la diosa del mar y del hombre Peleo, o Saperdón, de Zeus, o Ascálafo y Yálmeno, de Ares, o Eneas, de Afrodita. ¿Cómo probaríamos tal cosa, constreñidos principalmente por la ficción (πλάσματος) entretejida, no sé cómo, con la opinión que ha dominado entre todos de que verdaderamente sucedió en Ilión la guerra de helenos y troyanos? Y supongamos que alguien no cree lo relativo a Edipo y Yocasta y de los que nacieron de ambos, Eteocles y Polinices, por estar entrelazada con la historia (λόγῳ) una esfinge mitad doncella. ¿Cómo demostraríamos tal cosa? Y asimismo las cosas acerca de los Epígonos, aunque nada semejante esté entrelazado con la historia (λόγῳ), o acerca del regreso de los Heráclidas, o acerca de otros innumerables. Pero el que lee sensatamente estas historias (ἱστορίαις), y quiere observar por sí mismo, también distinguirá en ellas de modo infalible a qué cosas asentirá y cuáles interpretará figuradamente, investigando la intención de los que han inventado (ἀναπλασαμένων) tales cosas, y cuáles no creerá, porque han sido escritas por el beneficio de algunos.
Y hemos dicho esto por adelantado respecto a toda la historia de Jesús que se refiere en los evangelios, no para invitar a los más hábiles a una fe desnuda e irracional, sino que queremos mostrar a los que vayan a leer la necesidad de sensatez y de mucho examen y, por decirlo así, de acceso a la intención de los escritores, a fin de hallar con qué idea ha sido escrita cada cosa.
Así pues, decimos primero que si se hubiera escrito que el que no cree en el fantasma (φάσματι) de la visión de la paloma del Espíritu santo es un epicúreo o un democríteo o un peripatético, lo que se dice estaría en un lugar consecuente con el personaje. Pero ahora el muy sabio Celso no ha visto aquí que atribuyó tal discurso a un judío, que por los escritos de los profetas cree cosas mayores y más extraordinarias que la historia (ἱστορίας) de la visión de la paloma. Pues tal vez diga alguien al judío que no cree en el fantasma (φάσματος) y piensa criticarlo como una ficción (πλάσματος): ¡Oh tú!, ¿y tú cómo podrías demostrar que el Señor Dios dijo a Adán, o a Eva, o a Caín, o a Noé, o a Abraham, o a Isaac, o a Jacob las cosas que están escritas que Él dijo a estos hombres? Y para comparar la historia (ἱστορίᾳ) con esta historia (ἱστορίαν)10 , yo diría al judío: También tu Ezequiel escribió diciendo: Se abrieron los cielos y vi una visión de Dios (Ez I.8), narrada la cual viene después a la misma: Esta es la vista de la semejanza de la gloria del Señor, y me dijo (Ez 1.28). Porque si son falsas las cosas que se han escrito sobre Jesús, como tú sostienes, puesto que no podemos mostrar claramente de qué modo estas son verdaderas, vistas y escuchadas solo por él y, como te pareció haber observado, también por uno de los que fueron castigados, ¿por qué no diremos más bien que Ezequiel está fabulando cuando dijo: Se abrieron los cielos, y lo siguiente? Pero también si Isaías dice: Vi al Señor Sabaot sentado sobre un trono sublime y elevado, y los serafines estaban alrededor de él, seis alas tenía el uno y seis alas el otro (Is 6.1,2), ¿cómo es que lo vio verdaderamente? Así pues, oh judío, has creído estas cosas como no-falsas (ἀψευδέσι) y que el profeta no solo las ha visto por un espíritu más divino, sino que las ha dicho y las ha escrito.
[ . . . . . . . . . . . . . . ]
Aunque el judío no defenderá, ciertamente, a Ezequiel y a Isaías, unificando nosotros las cosas de la apertura de los cielos sobre Jesús y la voz que fue escuchada por él y las cosas semejantes que se hallan escritas en Ezequiel y en Isaías o en algún otro profeta, sin embargo, nosotros al menos demostraremos la razón, según nuestra capacidad, diciendo que como el sueño hace creer a muchos que han visto fantasías (πεφαντασιῶσθαι), algunas anunciando cosas más divinas y algunas sobre el futuro de la vida, ya claramente o ya mediante enigmas, y esto es evidente para todos los que admiten la providencia, así pues, ¿qué tiene de extraño que lo que modela la parte hegemónica (del alma) en el sueño pueda también modelarla en la vigilia, para utilidad en el que es modelado o los que junto a él están oyendo? Y como en el sueño percibimos la fantasía (φαντασίαν) de oír y ser percutido el oído sensible y ver con los ojos, y no con los ojos del cuerpo, ni los oídos son percutidos, sino sintiendo estas cosas la parte hegemónica; así, nada tiene de extraño que tales cosas sucedieran en los profetas, cuando se escribe que ellos vieron las cosas más extraordinarias o que oyeron las palabras del Señor o que contemplaron los cielos abiertos. Porque yo no pienso que el cielo sensible se abrió y que su cuerpo abierto se dividió, para que Ezequiel escriba tal cosa. ¿No debe entender también lo mismo sobre el Salvador el que escucha inteligentemente los evangelios? Aunque esto choque a los más simples, los cuales mueven el mundo con mucha simpleza, separando el cuerpo unificado tan grande de todo el cielo.
Pero el que examina esto más profundamente dirá que hay, como la Escritura lo llama, un sentido (αἰσθήσεως) general divino, el cual solo el bienaventurado halla ahora, según lo que se dice en el (libro de) Salomón: Hallarás un sentido divino.11 Y de este sentido existen varias clases: de vista, que es capaz de ver objetos más excelentes que los cuerpos, entre los que se muestran los querubines o los serafines; y de oído, que capta las voces que no tienen la existencia en el aire; y de gusto, que se sirve del pan vivo que bajó del cielo y da vida al mundo (Jn 6.33); y así también de olfato, que huele estas cosas según Pablo dice ser buen olor de Cristo para Dios (2Co 2.15); y de tacto, según el cual Juan dice haber tocado con las manos acerca del Logos de la vida (1Jn 1.1). Los bienaventurados profetas hallaron el sentido (αἴσθησιν) divino, y ven divinamente, y oyen divinamente, e igualmente están oliendo y gustando, por así llamarlo, con un sentido no sensible (αἰσθήσει οὐκ αἰσθητῇ), y están tocando el Logos por medio de la fe, de modo que de él llega a ellos una emanación que los cura. Así veían lo que escriben haber visto y oían lo que dicen haber oído, y experimentaban cosas semejantes a lo que escribían, como comer el volumen de un libro que les es dado (Ez 3.2). Y así también Isaac olió el olor de los vestidos más divinos de su hijo, y con bendición espiritual dijo: He aquí el olor de mi hijo, como de campo lleno, al que bendijo el Señor (Gén 27.26,27). Y también de modo semejante a estos, inteligiblemente más que sensiblemente, Jesús tocó al leproso para limpiarlo (Mc 1.41 par.), como yo pienso, de dos modos, librándolo no solo, como la mayoría escucha, de la lepra sensible por el toque sensible, sino también de la otra por su toque verdaderamente divino.12 Así, pues, dio testimonio Juan diciendo: He visto el Espíritu que descendía como una paloma del cielo, y se posó sobre él (Jn 1.32).


























                     NOTAS

1. Exclusa est omnis contradictio dicentium: Si ergo tunc natus est, no erat ergo ante Christus. Ostendimus enim quia non tunc coepit Filius Dei, exsistens semper apud Patrem.
San Ireneo no se preocupa de rebatir o desmentir el mito, algo que habría sido muy fácil para él, sino que se aferra al mito continuamente como si fuera algo real. Nótese que el solo hecho de plantear esta cuestión demuestra que Jesús nunca existió, pues si hubiera nacido efectivamente tal cuestión sería superflua. Por supuesto, la preexistencia del Hijo de Dios era una fantasía, aunque en verdad el Semen, es decir, el Hijo, preexiste en el Padre, es decir, en el Falo, antes de que el Hijo nazca en la tierra, es decir, en la Madre. En efecto, el Falo siempre está generando al Semen o Hijo.
No se olvide que el hombre de la antigüedad atribuía la autoría de la generación exclusivamente al Padre, mientras que la Madre era solo el receptáculo de la semilla, y el hijo crecía en el útero igual que una planta. El Falo o Dios era el Sembrador que siembra el buen semen, que son los hijos (Qui seminat bonum semen..., hi sunt filii. Mt 13.24,37,38).
2. οὐχὶ ἐγέννησεν ὁ πατὴρ τὸν υἱὸν καὶ ἀπέλυσεν αὐτὸν ὁ πατὴρ ἀπὸ τῆς γενέσεως αὐτοῦ, ἀλλ' ἀεὶ γεννᾷ αὐτόν.
3. Saepe jam dixi quod in his non historiae narruntur, sed mysteria contexuntur.
4. Τὰ συμβεβηκέναι ἀναγεγραμμένα τῷ Ἰησοῦ οὐκ ἐν ψιλῇ τῇ λέξει καὶ τῇ ἱστορίᾳ τὴν πᾶσαν ἔχει θεωρίαν τῆς ἀληθείας· ἕκαστον γὰρ αὐτῶν καὶ σύμβολόν τινος εἶναι παρὰ τοῖς συνετώτερον ἐντυγχάνουσι τῇ γραφῇ ἀποδείκνυται.
5
. ὃν ἐφόρεσεν.

Orígenes tenía, como Filón o el autor de las epístolas paulinas, a quien cita, un concepto completamente gnóstico del cuerpo, como quien lleva puesto un pesado vestido, y que arrastramos de acá para allá como una vasija de barro inútil, pues la carne no sirve para nada (Jn 6.64), y no militamos según la carne (2Co 10.3).
Orígenes se olvida por completo de la resurrección, porque si Jesús de ningún modo es un hombre, ¿dónde estaría el cuerpo humano de carne y huesos, carnem et ossa, con el que resucitó?, y ¿qué manos y qué pies, manus  et pedes, les mostró a los discípulos? (Lc 24.39,40), y ¿con quién hablaron cuando lo vieron ir al cielo con un cuerpo que desafiaba la gravedad? (Hechos, 1.9,11). Esto demuestra que él no entendía la resurrección en términos físicos. En efecto, Cristo era la imagen de Dios (2Co 4.4; Col 1.15) y la figura del cuerpo no contiene la imagen de Dios, non enim corporis figmentum Dei imaginem continet (Homiliae in Genesim, 1.13; Contra Celso, 6.63; 8.49), lo cual equivalía a decir que la imagen de Dios, es decir, Jesucristo, nunca tuvo un cuerpo.
6. τῶν αἰσθητῶν, ὧν οὐδέν ἐστιν ἀληθινόν.
Las cosas sensibles, ninguna de las cuales es verdadera, Contra Celso, 7.31.
7. θεὸς μάρτυς, Ro 1.9; 2Co 1.23; Fi 1.8; 1Te 2.5,10; Heb 2.4; 1Jn 5.9.
8. πάντων ἐκείνων δυνατώτερος, Contra Celso, 3.32,35; 4.17.
9. φαντασιωδῶς, per phantasmata, fantasiosamente
Es decir, las cosas que hizo Jesús no ocurrieron realmente, sino ficticiamente, o lo que es lo mismo, en realidad no ocurrieron, y esta era la opinión mayoritaria de los gnósticos, que tuvo que ser combatida ferozmente. Pero es muy fácil saber quiénes decían la verdad: los que afirmaban que Jesús nació sin coito y sin semen, o los que decían que ni nació ni se encarnó (neque autem natum, neque incarnatum / neque in carne natum, San Ireneo, Adversus haereses, 3.11.8; 3.18.7). La opinión de los ebionitas, que afirmaban que Jesús era hijo carnal de José era tan falsa como la de los que afirmaban que nació sin semen, y carece de valor, pues también ellos fueron declarados herejes desde un principio. En este caso, la declaración de herejía es decisiva, puesto que era un expreso reconocimiento de la falsedad de tal opinión, con un nivel de veracidad incluso por debajo de los que afirmaban que Jesús nació sin semen, pues eran estos los que predominaban, lo que duplica y confirma la autenticidad del testimonio de los gnósticos, y disipa cualquier duda sobre la inexistencia de un Jesús histórico.
εἰ δὲ καὶ τὸν κύριον φαντασιωδῶς τὰ τοιαῦτα πεποιηκέναι φήσουσιν, ἐπὶ τὰ προφητικὰ ἀνάγοντες αὐτούς, ἐξ αὐτῶν ἐπιδείξομεν πάντα οὕτως περὶ αὐτοῦ καὶ προειρῆσθαι, καὶ γεγονέναι βεβαίως, καὶ αὐτὸν μόνον εἶναι τὸν υἱὸν τοῦ θεοῦ.
Si autem et Dominum per phantasmata huiusmodi fecisse dicunt, ad prophetica reducentes eos, ex ipsis demonstrabimus omnia sic de eo et praedicta ese, et facta firmissime, et ipsum solum esse Filium Dei.
San Ireneo, Adversus haereses, 2.32.4.
10. Nótese que Orígenes no distinguía entre historia como relato histórico e historia como relato mítico. Para él solo había una distinción hermenéutica entre lo que en cada historia se podía admitir y lo que se debía interpretar simbólicamente.
11. Ὅτι αἴσθησιν θείαν εὑρήσεις.
La Septuaginta dice: καὶ ἐπίγνωσιν θεοῦ εὑρήσεις, y hallarás la gnosis de Dios (Prov 2.5).
12. Παραπλησίως δὲ τούτοις καὶ νοητῶς μᾶλλον ἢ αἰσθητῶς Ἰησοῦς ἥψατο τοῦ λεπροῦ, ἵν' αὐτὸν καθαρίσῃ, ὡς ἐγὼ οἶμαι, διχῶς, ἀπαλλάττων αὐτὸν οὐ μόνον, ὡς οἱ πολλοὶ ἀκούουσι, λέπρας αἰσθητῆς δι' αἰσθητῆς ἁφῆς ἀλλὰ καὶ τῆς ἄλλης διὰ τῆς ὡς ἀληθῶς θείας αὐτοῦ ἁφῆς.
Nótese que Orígenes no dice que Jesús limpió la lepra sensible por su tacto verdaderamente divino —que sería lo propio—, sino que con el tacto divino limpió la otra lepra ficticia y simbólica, la lepra del pecado (Nm 12.10,11). En efecto, él mismo afirma numerosas veces que la historia de Jesús no debe ser entendida en sentido literal, sino simbólico. El reconocimiento del valor simbólico del Nuevo Testamento se puede hallar a través de toda la literatura patrística, y por tanto existía desde mucho antes de que Strauss lanzara la idea de que los relatos evangélicos debían ser comprendidos, ante todo, como expresión simbólica de ideas religiosas, es decir, como mitos (E. Trocmé, Jesús de Nazaret, p. 13).
Véase la página Alegoría y ficción.



























En esta página, amuletos itifálicos egipcios que se vendían en internet, excepto el último, que pertenece al Marischal museum, University of Aberdeen, UK.


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