καὶ σπερῶ τὸν Ισραηλ καὶ τὸν Ιουδαν σπέρμα ἀνθρώπου καὶ σπέρμα κτήνους
y sembraré Israel y Judá de esperma de hombre y de esperma de animal.
Jeremías, 38.27
Jeremías, 38.27
et seminabo domum Israël et domum Juda semine hominum et semine jumentorum.
y sembraré la casa de Israel y la casa de Judá de semen de hombre y de semen de animal.
y sembraré la casa de Israel y la casa de Judá de semen de hombre y de semen de animal.
Jeremías, 31.27
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J’eus devant les yeux un cinquième Évangile, lacéré, mais lisible encore, et désormais, à travers les récits de Matthieu et de Marc, au lieu d’un être abstrait, qu’on dirait n’avoir jamais existé, je vis une admirable figure humaine vivre, se mouvoir.
E. Renan, Vie de Jèsus, Introduction, p.82
Tuve ante los ojos un quinto evangelio, lacerado, pero legible aún, y desde ahora, a través de los relatos de Mateo y de Marcos, en lugar de un ser abstracto, que se diría que no ha existido jamás, vi una admirable figura humana vivir, moverse.
Les miracles racontés par les Évangiles n’ont pas eu de réalité.
Les miracles sont de ces choses qui n’arrivent jamais.
E. Renan, Vie de Jèsus, Préface, p.11
Los milagros contados por los evangelios no han tenido realidad.
Los milagros son de esas cosas que no suceden jamás.
Der Jesus der «Leben Jesu» ist nur eine moderne Abart von Erzeugnissen menschlicher erfindender Kunst.
Martin Kähler, Der sogenannte historische Jesus, p. 16
El Jesús de las «Vidas de Jesús» es solo una moderna variedad de los productos del arte inventivo humano.
Les miracles sont de ces choses qui n’arrivent jamais.
E. Renan, Vie de Jèsus, Préface, p.11
Los milagros contados por los evangelios no han tenido realidad.
Los milagros son de esas cosas que no suceden jamás.
Der Jesus der «Leben Jesu» ist nur eine moderne Abart von Erzeugnissen menschlicher erfindender Kunst.
Martin Kähler, Der sogenannte historische Jesus, p. 16
El Jesús de las «Vidas de Jesús» es solo una moderna variedad de los productos del arte inventivo humano.
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Renan, uno de los más afamados historiadores de Jesús, comienza su ficticia Vida de Jesús —del Jesús que él se inventa— diciendo que los milagros contados por los evangelios no han tenido realidad, porque los milagros son de esas cosas que no suceden jamás, y están desterrados de la historia.1 Renan afirma que los evangelios son leyendas; pueden contener historia, pero ciertamente no todo en ellos es histórico.2 Los evangelios son relatos sobrenaturales, y él piensa que de cien relatos sobrenaturales hay ochenta que han nacido totalmente de la imaginación popular; admito, sin embargo, que en ciertos casos más raros, la leyenda viene de un hecho real transformado por la imaginación. De la masa de hechos sobrenaturales contados por los evangelios y los Hechos, en cinco o seis intento mostrar cómo ha podido nacer la ilusión.3
Los evangelios están compuestos por ficciones evidentes (Dios, Hijo de Dios, Espíritu, nacimiento virginal, profecías, milagros, resurrección, parusía), y fuera de ellos no existe ningún relato profano, ni ningún documento, ni nada que nos permita pensar que algunos de los hechos sobrenaturales que narran procedían de un hecho real transformado por la imaginación, y no es lícito dar por supuesto que así fue, como hace Renan. Para mostrar cómo ha podido nacer la ilusión o la leyenda a partir de un hecho real es necesario demostrar antes que este hecho ocurrió realmente, cosa que ni Renan ni ningún historiador puede hacer en el caso de los evangelios, pues antes de las epístolas paulinas, donde el mito aparece ya en todo su esplendor, y que supuestamente fueron escritas varias décadas después de la muerte de aquél hombre imaginario, no existe absolutamente NADA que nos permita suponer que Jesús existió realmente. En cambio, la omnipresencia del mito, incluso allí donde no debería estar si este hombre hubiera existido, nos obliga y nos autoriza a pensar que este hombre era una pura ficción.
Renan se permite hacer conclusiones a partir de datos que no ha comprobado o que se puede comprobar que son falsos. Y él mismo lo reconoce cuando dice que si hubiera que ceñirse, al escribir la vida de Jesús, a no exponer más que cosas ciertas, sería necesario limitarse a algunas líneas.4 Una de las pocas cosas que, según él, sabríamos con certeza es que Jesús era de Nazaret, en Galilea; y esto lo sabríamos aun cuando los evangelios no existieran o fueran falsos,5 por textos como las epístolas. Pero el mismo Renan sabía que san Pablo no tiene un recuerdo para Galilea,6 ni para Nazaret, ¿y cómo sabríamos por las epístolas que Jesús era de Nazaret o de Galilea, si nunca son mencionadas en toda la extensión de las mismas (más de 1/3 del Nuevo Testamento), a pesar de mencionar en ellas a numerosas ciudades y provincias?
Otra de las cosas sobre Jesús que, según Renan, sabríamos con certeza aunque los evangelios no existieran o fueran falsos es que predicó con encanto y dejó en la memoria de sus discípulos aforismos que se gravaron profundamente.7 Pero, ¿cómo sabríamos por las epístolas que Jesús fue un predicador si los autores de las mismas no conocen a otro predicador que a ellos mismos? Los autores de las epístolas hablan del evangelio que predicaban ellos mismos (1Co 9.18; 15.1; Gál 2.2; Col 1.23), pero nunca hablan del evangelio que predicó Jesús, ni nunca dicen que Jesús predicó el evangelio, tal y como se dice en los evangelios (Mc 1.14; Mt 4.23; 9.35). Ellos siempre utilizan la expresión el evangelio de Dios o su sinónima el evangelio de Cristo, y dicen que predicaban el evangelio de Dios o de Cristo (2Co 2.12; 11.7; 1Te 2.2,9), pero no que Cristo había predicado el evangelio en Galilea o donde fuera, o que Cristo había predicado esto o lo otro. Por tanto, el predicador de Nazaret, al que nunca mencionan, que predicó el evangelio de Dios (es decir, su propio evangelio, pues se dice explícitamente que había otros, εὐαγγέλιον ἕτερον, 2Co 11.4; Gál 1.6) no existía para ellos. Pero además, el autor de Gálatas niega explícitamente —dos veces seguidas, en acusativo y en genitivo— que el evangelio que él predicaba era de un hombre: el evangelio predicado por mí, que no es de un hombre (κατὰ ἄνθρωπον), pues yo no lo recibí ni aprendí de un hombre (παρὰ ἀνθρώπου, Gál 1.11). ¿Y cómo sería esta declaración compatible con la existencia de un hombre real de Galilea que había predicado el evangelio y que era autor del mismo? Y el autor de Romanos también ignora la existencia de un predicador de Nazaret cuando dice: ¿Y cómo creerán a quien no han oído? ¿Y cómo oirán sin quien les predique? (Ro 10.14). El autor de Romanos está diciendo claramente que los judíos nunca han oído la predicación del evangelio porque nadie les ha predicado. Pero si había existido realmente un hombre que predicó el evangelio, ¿cómo pudo el autor de Romanos, al preguntarse si los judíos han oído la palabra de Dios (peor es todavía la lectura la palabra de Cristo, Ro 10.17,18), recurrir a un expediente tan lejano como el Salmo 19 para buscar una respuesta, si esta respuesta la tenía delante de sí en la predicación divina de un hombre que estuvo enseñando cada día en el templo (Mc 14.49; Lc 19.47; 21.37)? ¿Dónde está aquí la predicación de Jesús, donde era más necesario que estuviera? Y cuando el autor de Romanos dice en este mismo pasaje: Pero no todos obedecieron al evangelio, pues Isaías dice: Señor, ¿quién ha creído nuestra noticia? (Ro 10.16), es evidente que él está omitiendo lo que nadie podía omitir si Jesús hubiera existido. Que el autor de esta epístola se remita a Isaías, un profeta tan remoto, para demostrar que los judíos no obedecieron el evangelio, y no al propio Jesús, como sería de necesidad, prueba claramente que este hombre no había existido.
Por tanto, si solo tuviéramos las epístolas sería imposible deducir que Jesús predicó con encanto, pero menos todavía podríamos deducir a partir de ellas que dejó en la memoria de sus discípulos aforismos que se gravaron profundamente, pues los autores de las epístolas no recogen ni una sola de las parábolas que los evangelios le atribuyen, ni mencionan el sermón de la montaña, ni el Padre nuestro, ni las cuestiones que le planteaban los fariseos, ni la enseñanza de su propia parusía. Muy poco recuerdan sus discípulos los aforismos de Jesús en las epístolas allí donde la fuerza de un argumento exigía recurrir a las enseñanzas divinas del profeta de Galilea, al que nunca mencionan, en vez de perderse en la selva de las Escrituras.
Según Renan, Jesús no enuncia en ningún momento la idea sacrílega de que sea Dios,8 cosa que desmiente el evangelio de Juan (Jn 5.18; 10.33,36). El Jesús que Renan se inventa concebía a Dios inmediatamente como Padre, y se consideraba con respecto a Dios como un hijo con su padre.9 Pero Renan olvida que concebir a Dios como un padre inmediato e identificarse con Dios era exactamente lo mismo para los evangelistas: sino que también decía que Dios era su propio Padre, haciéndose a sí mismo igual a Dios (Jn 5.18). Y la idea de que un hombre pensara o dijera de sí mismo o a otro que era el Hijo de Dios era igual de sacrílega que decir que era Dios. Para los evangelistas ser Hijo de Dios era lo mismo que ser Dios, como lo demuestra la respuesta que da Jesús a los fariseos: Por buena obra no te apedreamos, sino por la blasfemia; y porque tú, siendo hombre, te haces Dios. Vosotros decís: Tú blasfemas, porque dije Hijo de Dios soy (Jn 10.33,36). Como el mismo Renán refiere, la acusación de hacerse Dios o el igual de Dios es presentada como una calumnia de los judíos.10 Tan blasfemia era decir que un hombre era Dios como decir que era el Hijo de Dios, y esta blasfemia es presentada por los evangelios como una acusación digna de muerte (Mc 14.64; Mt 26.65; Jn 19.7). Sin embargo, Renan no ve ninguna contradicción entre la idea sacrílega de decir que un hombre es Dios y decir que el primer pensamiento de Jesús fue que él era el Hijo de Dios, y que se creía Hijo de Dios.11 Como señala Renan, la idea de una encarnación de Dios mismo era profundamente extraña al espíritu judío.12 Y sin embargo, la fantasía de un Hijo de Dios en sentido propio —en el mismo sentido en que un hijo es la encarnación del semen de su padre—, está expuesta con toda claridad en los evangelios de Mateo y de Lucas (Mt 1.18-23; Lc 1.30-35): Emanuel, que traducido es Dios con nosotros. Por tanto, nunca jamás pudo existir un hombre, y mucho menos un judío, que se considerara a sí mismo con respecto a Dios igual que un hijo con su padre, es decir, como un hijo en el sentido propio y natural de la palabra, y no figurado.
Renan admite o rechaza el sentido simbólico de los textos según le conviene (todo esto no es mítico, todo esto no es simbólico),13 y soluciona este problema diciendo que la palabra hijo tiene los sentidos figurados más amplios, recordando en una nota a pie de página que el Júpiter del paganismo es padre de los hombres y de los dioses (πατὴρ ἀνδρῶν τε θεῶν τε , Ilíada, 16.458),14 pero omitiendo decir que este dios pagano tenía muchos hijos míticos, a diferencia del dios solterón y solitario de los judíos, que no tenía ninguno, y que era incompatible con el hombre, a pesar de ser un dios antropomorfo (Os 11.9; Ez 28.9; Is 31.3; Núm 23.29), razón por la que la idea de que Dios está realmente (ὄντως) en vosotros (1Co 14.25) era profundamente extraña a la religión judía. Cuando el autor de Romanos dice que Dios envió a su propio Hijo (τὸν ἑαυτοῦ υἱὸν, Ro 8.3) es evidente que no estaba tomando la palabra hijo en sentido figurado, aparte de que el Hijo de Dios sea una ficción celestial. Renan parece olvidar que el Jesús mítico de los evangelios no es presentado como un hijo cualquiera de Dios, sino como el Hijo unigénito de Dios (Jn 1.18; 3.16,18). Los autores de los evangelios jamás pensaron, como Renan, que no se es Hijo de Dios toda la vida y de un modo continuo;15 para ellos Jesús era el Hijo de Dios, no solo desde antes de su ficticio nacimiento, sino hasta el fin de los tiempos (Mt 28.20). Si las fantasías pueriles del Apocalipsis, ideas que calificaríamos de ensueños (rêveries), según dice Renan, fueron tomadas al pie de la letra,16 no hay ninguna razón para pensar que los evangelistas utilizaban la expresión Hijo de Dios en sentido figurado, como lo prueba sobre todo que ellos se inventaran la fábula de su nacimiento virginal, y que san Justino y después de él todos los padres de la Iglesia insistieran en que Jesús nació sin semen viril (sine virili semine), es decir, no nació nunca, o como decían los gnósticos, no ha venido en carne (1Jn 4.3; 2Jn 7). El nacimiento virginal, la resurrección y la parusía son mitos tan expuestos a recibir de los hechos una fulminante refutación 17 que los evangelistas nunca los habrían atribuido a Jesús si estuvieran contando una historia real, pues ellos mismos estarían declarando la falsedad de tal historia.
Renan se pregunta que si un personaje es simbólico, ¿por qué preocuparse de enseñarnos que es de Caná de Galilea? ¿Por qué se habría inventado todo esto?18 Pero Renan no es capaz de formular esta pregunta al revés: ¿por qué, si la historia que cuentan los evangelios era real, los evangelistas iban a inventarse ficciones tan evidentes como el nacimiento virginal, los milagros o la resurrección, tan expuestas a recibir de los hechos una fulminante refutación? Y un poco más adelante Renan se formula la misma pregunta: Si el milagro del agua cambiada en vino había sido inventado por el autor del cuarto evangelio, como suponen los adversarios del valor histórico de dicho evangelio, ¿por qué este rasgo?19 El rasgo es el mismo que en el caso anterior, la mención de Caná. Extraña que se haga esta pregunta quien niega la realidad de los milagros. Porque si el evangelista estaba describiendo un hecho o una situación real ¿cómo se explica que escribiera que seis hidras llenas de agua se convirtieron efectivamente en vino? (Jn 2.6s) ¿Por qué el evangelista iba a narrar un suceso o una situación real mediante un engaño tan manifiesto?
De la misma forma, Renan afirma que el episodio de la expulsión de los mercaderes debió tener alguna realidad, puesto que es mencionado por los cuatro textos.20 Si las cosas que narran los evangelios debieron tener alguna realidad solo porque son mencionadas en los cuatro, también la resurrección debió tener alguna realidad, puesto que es narrada, y con mayor extensión y lujo de detalles, en los cuatros evangelios. Por la misma razón tendríamos que deducir que la multiplicación de los panes también tuvo algún tipo de realidad, y esto es lo que afirma Renan: es un milagro al que una circunstancia real dio lugar. Pero, según Renan, esta circuntancia real fue una ilusión: mientras estábamos con él no hemos tenido hambre.21 Renan olvida que una ilusión no es una circunstancia real, y que difícilmente una ilusión pudo convertirse en un hecho maravilloso que es narrado seis veces en los evangelios. Porque después de tres días, y no tienen qué comer (nec habent quod manducent, Mc 8.2; Mt 15.32), ¿cómo sentirían miles de hombres en sus estómagos la ilusión de no tener hambre? Y si según Renán fue esa ilusión la circunstancia real que explica el milagro, ¿por qué, si nadie tenía hambre, escribieron los evangelistas que comieron todos y se saciaron? (Mt 14.20; 15.37; Mc 6.42; 8.8; Lc 9,17)
La mayoría de las veces Renan se limita a parafrasear los evangelios, y atribuye al Jesús que se inventa hechos que él mismo reconoce que eran ficticios. Así, en la entrevista con la samaritana admite que los detalles del diálogo son evidentemente ficticios, pero añade que si Jesús no ha pronunciado jamás este dicho divino, el dicho no es menos de él; el dicho no hubiera existido sin él.22 Más bien se debe decir lo contrario: Jesús no habría existido sin los evangelios, como el Quijote no habría existido si Cervantes no lo hubiera escrito. El mismo Renan reconoce que los discursos relatados por el cuarto evangelio no son piezas históricas.23 A Renan no se le ocurrió pensar que la ingente masa de ficciones que componen los evangelios indica que Jesús fue inventado, y nunca habría existido si los evangelistas no se hubieran inventado los diálogos ficticios y todos los milagros y demás ficciones que llenan los evangelios. Y esto lo sabían hasta los primeros críticos del cristianismo: los evangelistas son inventores, no historiadores, de los hechos que sobre Jesús sucedieron.24
Hablando del milagro de dar la vista a un ciego de nacimiento que narra el evangelio de Juan (Jn 9.1s), Renan afirma que es imposible pretender que este milagro haya salido de la imaginación simbólica del evangelista, porque se vuelve a encontrar en Marcos con una coincidencia relativa a un rasgo minucioso y raro.25 El rasgo minutieux et bizarre al que se refiere Renan es el escupitajo de Jesús. Pero ¿quien ha podido eliminar nunca jamás una ceguera innata con un simple escupitajo? Ese rasgo minucioso no vale nada cuando lo que se narra es una ficción evidente. Si los milagros no tienen realidad, ¿de dónde han salido sino de la imaginación? Y a continuación Renan afirma que el milagro de la resurrección de Lázaro se debe contar entre los acontecimientos de la vida de Jesús, aunque ¡¡todas las circunstancias de la resurrección de Lázaro podrían ser el fruto de la imaginación del narrador!!,26 y aunque él declara que no sostiene la realidad histórica de este milagro.27 En este punto, Renan se ve obligado a hacer una distinción completamente arbitraria y absurda de dos tipos de milagros: unos son pura y simplemente creaciones de la leyenda. Nada en la vida real de Jesús ha dado lugar a ellos, y son el fruto de un trabajo de imaginación. Otros han tenido por causa hechos reales, y no son milagros nacidos de la pura imaginación, sino concebidos a propósito de incidentes reales, aumentados o transfigurados.28 Pero, ¿con qué fundamento y garantía se puede hacer esta distinción, si todos los milagros por igual están escritos de la misma forma, con el mismo leguaje mítico, y en los mismos libros? Si los evangelistas contaban una historia real nunca habrían escrito ficciones tan fácilmente reconocibles, puesto que esto no sería un trabajo de imaginación, sino un trabajo de tontos. Los evangelistas no contaban una historia real sabiendo que contaban ficciones más o menos increíbles, sino que contaban ficciones porque sabían que no contaban una historia real, puesto que, como afirma el mismo Renan, solo se emplean medios fraudulentos cuando se conoce la falsedad de lo que se sostiene.29 De todas formas, Renan se contradice a sí mismo en otra parte cuando afirma que es imposible, entre los relatos milagrosos, distinguir los milagros que han sido prestados a Jesús por la opinión (es decir, que son inventados) de aquellos en que consintió en jugar un papel activo. Es imposible sobre todo saber si las circunstancias chocantes, y otros rasgos que huelen a charlatanería, son realmente históricas o si son el fruto de la creencia de los redactores.30
Los evangelios están compuestos por ficciones evidentes (Dios, Hijo de Dios, Espíritu, nacimiento virginal, profecías, milagros, resurrección, parusía), y fuera de ellos no existe ningún relato profano, ni ningún documento, ni nada que nos permita pensar que algunos de los hechos sobrenaturales que narran procedían de un hecho real transformado por la imaginación, y no es lícito dar por supuesto que así fue, como hace Renan. Para mostrar cómo ha podido nacer la ilusión o la leyenda a partir de un hecho real es necesario demostrar antes que este hecho ocurrió realmente, cosa que ni Renan ni ningún historiador puede hacer en el caso de los evangelios, pues antes de las epístolas paulinas, donde el mito aparece ya en todo su esplendor, y que supuestamente fueron escritas varias décadas después de la muerte de aquél hombre imaginario, no existe absolutamente NADA que nos permita suponer que Jesús existió realmente. En cambio, la omnipresencia del mito, incluso allí donde no debería estar si este hombre hubiera existido, nos obliga y nos autoriza a pensar que este hombre era una pura ficción.
Renan se permite hacer conclusiones a partir de datos que no ha comprobado o que se puede comprobar que son falsos. Y él mismo lo reconoce cuando dice que si hubiera que ceñirse, al escribir la vida de Jesús, a no exponer más que cosas ciertas, sería necesario limitarse a algunas líneas.4 Una de las pocas cosas que, según él, sabríamos con certeza es que Jesús era de Nazaret, en Galilea; y esto lo sabríamos aun cuando los evangelios no existieran o fueran falsos,5 por textos como las epístolas. Pero el mismo Renan sabía que san Pablo no tiene un recuerdo para Galilea,6 ni para Nazaret, ¿y cómo sabríamos por las epístolas que Jesús era de Nazaret o de Galilea, si nunca son mencionadas en toda la extensión de las mismas (más de 1/3 del Nuevo Testamento), a pesar de mencionar en ellas a numerosas ciudades y provincias?
Otra de las cosas sobre Jesús que, según Renan, sabríamos con certeza aunque los evangelios no existieran o fueran falsos es que predicó con encanto y dejó en la memoria de sus discípulos aforismos que se gravaron profundamente.7 Pero, ¿cómo sabríamos por las epístolas que Jesús fue un predicador si los autores de las mismas no conocen a otro predicador que a ellos mismos? Los autores de las epístolas hablan del evangelio que predicaban ellos mismos (1Co 9.18; 15.1; Gál 2.2; Col 1.23), pero nunca hablan del evangelio que predicó Jesús, ni nunca dicen que Jesús predicó el evangelio, tal y como se dice en los evangelios (Mc 1.14; Mt 4.23; 9.35). Ellos siempre utilizan la expresión el evangelio de Dios o su sinónima el evangelio de Cristo, y dicen que predicaban el evangelio de Dios o de Cristo (2Co 2.12; 11.7; 1Te 2.2,9), pero no que Cristo había predicado el evangelio en Galilea o donde fuera, o que Cristo había predicado esto o lo otro. Por tanto, el predicador de Nazaret, al que nunca mencionan, que predicó el evangelio de Dios (es decir, su propio evangelio, pues se dice explícitamente que había otros, εὐαγγέλιον ἕτερον, 2Co 11.4; Gál 1.6) no existía para ellos. Pero además, el autor de Gálatas niega explícitamente —dos veces seguidas, en acusativo y en genitivo— que el evangelio que él predicaba era de un hombre: el evangelio predicado por mí, que no es de un hombre (κατὰ ἄνθρωπον), pues yo no lo recibí ni aprendí de un hombre (παρὰ ἀνθρώπου, Gál 1.11). ¿Y cómo sería esta declaración compatible con la existencia de un hombre real de Galilea que había predicado el evangelio y que era autor del mismo? Y el autor de Romanos también ignora la existencia de un predicador de Nazaret cuando dice: ¿Y cómo creerán a quien no han oído? ¿Y cómo oirán sin quien les predique? (Ro 10.14). El autor de Romanos está diciendo claramente que los judíos nunca han oído la predicación del evangelio porque nadie les ha predicado. Pero si había existido realmente un hombre que predicó el evangelio, ¿cómo pudo el autor de Romanos, al preguntarse si los judíos han oído la palabra de Dios (peor es todavía la lectura la palabra de Cristo, Ro 10.17,18), recurrir a un expediente tan lejano como el Salmo 19 para buscar una respuesta, si esta respuesta la tenía delante de sí en la predicación divina de un hombre que estuvo enseñando cada día en el templo (Mc 14.49; Lc 19.47; 21.37)? ¿Dónde está aquí la predicación de Jesús, donde era más necesario que estuviera? Y cuando el autor de Romanos dice en este mismo pasaje: Pero no todos obedecieron al evangelio, pues Isaías dice: Señor, ¿quién ha creído nuestra noticia? (Ro 10.16), es evidente que él está omitiendo lo que nadie podía omitir si Jesús hubiera existido. Que el autor de esta epístola se remita a Isaías, un profeta tan remoto, para demostrar que los judíos no obedecieron el evangelio, y no al propio Jesús, como sería de necesidad, prueba claramente que este hombre no había existido.
Por tanto, si solo tuviéramos las epístolas sería imposible deducir que Jesús predicó con encanto, pero menos todavía podríamos deducir a partir de ellas que dejó en la memoria de sus discípulos aforismos que se gravaron profundamente, pues los autores de las epístolas no recogen ni una sola de las parábolas que los evangelios le atribuyen, ni mencionan el sermón de la montaña, ni el Padre nuestro, ni las cuestiones que le planteaban los fariseos, ni la enseñanza de su propia parusía. Muy poco recuerdan sus discípulos los aforismos de Jesús en las epístolas allí donde la fuerza de un argumento exigía recurrir a las enseñanzas divinas del profeta de Galilea, al que nunca mencionan, en vez de perderse en la selva de las Escrituras.
Según Renan, Jesús no enuncia en ningún momento la idea sacrílega de que sea Dios,8 cosa que desmiente el evangelio de Juan (Jn 5.18; 10.33,36). El Jesús que Renan se inventa concebía a Dios inmediatamente como Padre, y se consideraba con respecto a Dios como un hijo con su padre.9 Pero Renan olvida que concebir a Dios como un padre inmediato e identificarse con Dios era exactamente lo mismo para los evangelistas: sino que también decía que Dios era su propio Padre, haciéndose a sí mismo igual a Dios (Jn 5.18). Y la idea de que un hombre pensara o dijera de sí mismo o a otro que era el Hijo de Dios era igual de sacrílega que decir que era Dios. Para los evangelistas ser Hijo de Dios era lo mismo que ser Dios, como lo demuestra la respuesta que da Jesús a los fariseos: Por buena obra no te apedreamos, sino por la blasfemia; y porque tú, siendo hombre, te haces Dios. Vosotros decís: Tú blasfemas, porque dije Hijo de Dios soy (Jn 10.33,36). Como el mismo Renán refiere, la acusación de hacerse Dios o el igual de Dios es presentada como una calumnia de los judíos.10 Tan blasfemia era decir que un hombre era Dios como decir que era el Hijo de Dios, y esta blasfemia es presentada por los evangelios como una acusación digna de muerte (Mc 14.64; Mt 26.65; Jn 19.7). Sin embargo, Renan no ve ninguna contradicción entre la idea sacrílega de decir que un hombre es Dios y decir que el primer pensamiento de Jesús fue que él era el Hijo de Dios, y que se creía Hijo de Dios.11 Como señala Renan, la idea de una encarnación de Dios mismo era profundamente extraña al espíritu judío.12 Y sin embargo, la fantasía de un Hijo de Dios en sentido propio —en el mismo sentido en que un hijo es la encarnación del semen de su padre—, está expuesta con toda claridad en los evangelios de Mateo y de Lucas (Mt 1.18-23; Lc 1.30-35): Emanuel, que traducido es Dios con nosotros. Por tanto, nunca jamás pudo existir un hombre, y mucho menos un judío, que se considerara a sí mismo con respecto a Dios igual que un hijo con su padre, es decir, como un hijo en el sentido propio y natural de la palabra, y no figurado.
Renan admite o rechaza el sentido simbólico de los textos según le conviene (todo esto no es mítico, todo esto no es simbólico),13 y soluciona este problema diciendo que la palabra hijo tiene los sentidos figurados más amplios, recordando en una nota a pie de página que el Júpiter del paganismo es padre de los hombres y de los dioses (πατὴρ ἀνδρῶν τε θεῶν τε , Ilíada, 16.458),14 pero omitiendo decir que este dios pagano tenía muchos hijos míticos, a diferencia del dios solterón y solitario de los judíos, que no tenía ninguno, y que era incompatible con el hombre, a pesar de ser un dios antropomorfo (Os 11.9; Ez 28.9; Is 31.3; Núm 23.29), razón por la que la idea de que Dios está realmente (ὄντως) en vosotros (1Co 14.25) era profundamente extraña a la religión judía. Cuando el autor de Romanos dice que Dios envió a su propio Hijo (τὸν ἑαυτοῦ υἱὸν, Ro 8.3) es evidente que no estaba tomando la palabra hijo en sentido figurado, aparte de que el Hijo de Dios sea una ficción celestial. Renan parece olvidar que el Jesús mítico de los evangelios no es presentado como un hijo cualquiera de Dios, sino como el Hijo unigénito de Dios (Jn 1.18; 3.16,18). Los autores de los evangelios jamás pensaron, como Renan, que no se es Hijo de Dios toda la vida y de un modo continuo;15 para ellos Jesús era el Hijo de Dios, no solo desde antes de su ficticio nacimiento, sino hasta el fin de los tiempos (Mt 28.20). Si las fantasías pueriles del Apocalipsis, ideas que calificaríamos de ensueños (rêveries), según dice Renan, fueron tomadas al pie de la letra,16 no hay ninguna razón para pensar que los evangelistas utilizaban la expresión Hijo de Dios en sentido figurado, como lo prueba sobre todo que ellos se inventaran la fábula de su nacimiento virginal, y que san Justino y después de él todos los padres de la Iglesia insistieran en que Jesús nació sin semen viril (sine virili semine), es decir, no nació nunca, o como decían los gnósticos, no ha venido en carne (1Jn 4.3; 2Jn 7). El nacimiento virginal, la resurrección y la parusía son mitos tan expuestos a recibir de los hechos una fulminante refutación 17 que los evangelistas nunca los habrían atribuido a Jesús si estuvieran contando una historia real, pues ellos mismos estarían declarando la falsedad de tal historia.
Renan se pregunta que si un personaje es simbólico, ¿por qué preocuparse de enseñarnos que es de Caná de Galilea? ¿Por qué se habría inventado todo esto?18 Pero Renan no es capaz de formular esta pregunta al revés: ¿por qué, si la historia que cuentan los evangelios era real, los evangelistas iban a inventarse ficciones tan evidentes como el nacimiento virginal, los milagros o la resurrección, tan expuestas a recibir de los hechos una fulminante refutación? Y un poco más adelante Renan se formula la misma pregunta: Si el milagro del agua cambiada en vino había sido inventado por el autor del cuarto evangelio, como suponen los adversarios del valor histórico de dicho evangelio, ¿por qué este rasgo?19 El rasgo es el mismo que en el caso anterior, la mención de Caná. Extraña que se haga esta pregunta quien niega la realidad de los milagros. Porque si el evangelista estaba describiendo un hecho o una situación real ¿cómo se explica que escribiera que seis hidras llenas de agua se convirtieron efectivamente en vino? (Jn 2.6s) ¿Por qué el evangelista iba a narrar un suceso o una situación real mediante un engaño tan manifiesto?
De la misma forma, Renan afirma que el episodio de la expulsión de los mercaderes debió tener alguna realidad, puesto que es mencionado por los cuatro textos.20 Si las cosas que narran los evangelios debieron tener alguna realidad solo porque son mencionadas en los cuatro, también la resurrección debió tener alguna realidad, puesto que es narrada, y con mayor extensión y lujo de detalles, en los cuatros evangelios. Por la misma razón tendríamos que deducir que la multiplicación de los panes también tuvo algún tipo de realidad, y esto es lo que afirma Renan: es un milagro al que una circunstancia real dio lugar. Pero, según Renan, esta circuntancia real fue una ilusión: mientras estábamos con él no hemos tenido hambre.21 Renan olvida que una ilusión no es una circunstancia real, y que difícilmente una ilusión pudo convertirse en un hecho maravilloso que es narrado seis veces en los evangelios. Porque después de tres días, y no tienen qué comer (nec habent quod manducent, Mc 8.2; Mt 15.32), ¿cómo sentirían miles de hombres en sus estómagos la ilusión de no tener hambre? Y si según Renán fue esa ilusión la circunstancia real que explica el milagro, ¿por qué, si nadie tenía hambre, escribieron los evangelistas que comieron todos y se saciaron? (Mt 14.20; 15.37; Mc 6.42; 8.8; Lc 9,17)
La mayoría de las veces Renan se limita a parafrasear los evangelios, y atribuye al Jesús que se inventa hechos que él mismo reconoce que eran ficticios. Así, en la entrevista con la samaritana admite que los detalles del diálogo son evidentemente ficticios, pero añade que si Jesús no ha pronunciado jamás este dicho divino, el dicho no es menos de él; el dicho no hubiera existido sin él.22 Más bien se debe decir lo contrario: Jesús no habría existido sin los evangelios, como el Quijote no habría existido si Cervantes no lo hubiera escrito. El mismo Renan reconoce que los discursos relatados por el cuarto evangelio no son piezas históricas.23 A Renan no se le ocurrió pensar que la ingente masa de ficciones que componen los evangelios indica que Jesús fue inventado, y nunca habría existido si los evangelistas no se hubieran inventado los diálogos ficticios y todos los milagros y demás ficciones que llenan los evangelios. Y esto lo sabían hasta los primeros críticos del cristianismo: los evangelistas son inventores, no historiadores, de los hechos que sobre Jesús sucedieron.24
Hablando del milagro de dar la vista a un ciego de nacimiento que narra el evangelio de Juan (Jn 9.1s), Renan afirma que es imposible pretender que este milagro haya salido de la imaginación simbólica del evangelista, porque se vuelve a encontrar en Marcos con una coincidencia relativa a un rasgo minucioso y raro.25 El rasgo minutieux et bizarre al que se refiere Renan es el escupitajo de Jesús. Pero ¿quien ha podido eliminar nunca jamás una ceguera innata con un simple escupitajo? Ese rasgo minucioso no vale nada cuando lo que se narra es una ficción evidente. Si los milagros no tienen realidad, ¿de dónde han salido sino de la imaginación? Y a continuación Renan afirma que el milagro de la resurrección de Lázaro se debe contar entre los acontecimientos de la vida de Jesús, aunque ¡¡todas las circunstancias de la resurrección de Lázaro podrían ser el fruto de la imaginación del narrador!!,26 y aunque él declara que no sostiene la realidad histórica de este milagro.27 En este punto, Renan se ve obligado a hacer una distinción completamente arbitraria y absurda de dos tipos de milagros: unos son pura y simplemente creaciones de la leyenda. Nada en la vida real de Jesús ha dado lugar a ellos, y son el fruto de un trabajo de imaginación. Otros han tenido por causa hechos reales, y no son milagros nacidos de la pura imaginación, sino concebidos a propósito de incidentes reales, aumentados o transfigurados.28 Pero, ¿con qué fundamento y garantía se puede hacer esta distinción, si todos los milagros por igual están escritos de la misma forma, con el mismo leguaje mítico, y en los mismos libros? Si los evangelistas contaban una historia real nunca habrían escrito ficciones tan fácilmente reconocibles, puesto que esto no sería un trabajo de imaginación, sino un trabajo de tontos. Los evangelistas no contaban una historia real sabiendo que contaban ficciones más o menos increíbles, sino que contaban ficciones porque sabían que no contaban una historia real, puesto que, como afirma el mismo Renan, solo se emplean medios fraudulentos cuando se conoce la falsedad de lo que se sostiene.29 De todas formas, Renan se contradice a sí mismo en otra parte cuando afirma que es imposible, entre los relatos milagrosos, distinguir los milagros que han sido prestados a Jesús por la opinión (es decir, que son inventados) de aquellos en que consintió en jugar un papel activo. Es imposible sobre todo saber si las circunstancias chocantes, y otros rasgos que huelen a charlatanería, son realmente históricas o si son el fruto de la creencia de los redactores.30
NOTAS
1. nous bannissons le miracle de l’histoire, In., p.80
2. Les Évangiles sont des légendes; ils peuvent contenir de l’histoire, mais certainement tout n’y est pas historique, Pr., p.12
3. je pense que sur cent récits surnaturels il y en a quatre-vingts qui sont nés de toutes pièces de l’imagination populaire; j’admets cependant que, dans certains cas plus rares, la légende vient d’un fait réel transformé par l’imagination. Sur la masse de faits surnaturels racontés par les Évangiles et les Actes, j’essaie pour cinq ou six de montrer comment l’illussión a pu naître. Pr., p.25
4. Si l’on astreignait, en écrivant la vie de Jésus, à n’avancer que des choses certaines, il faudrait se borner à quelques lignes. Pr. p.20
5. quand même les Évangiles n’existeraient pas ou seraient mensongers. Pr., p.20
6. Saint Paul n’a pas un souvenir pour la Galilée. Ap., p.455
7. Il était de Nazareth en Galilée. Il prêcha avec charme et laissa dans la mémoire de ses disciples des aphorismes qui s’y gravèrent profondément.
8. Jésus n’énonce pas un moment l’idée sacrilége qu’il soit Dieu. V, p.142
9. Dieu conçu immédiatement como Père, voilà toute la théologie de Jesús. V, p.143
Jésus s’envisageait depuis longtemps avec Dieu sur le pied d’un fils avec son pére. XV, p.
Jésus s’envisageait depuis longtemps avec Dieu sur le pied d’un fils avec son pére. XV, p.
10. L’accusation de se faire Dieu ou l’égal de Dieu est présentée, même dans le quatriéme Évangile, comme une calomnie des juifs. XV p.270
11. la première pensée de Jésus, ......, fut qu’il était le fils de Dieu. VII, p. 175
Il se croyait fils de Dieu, XV, p.267
Il se croyait fils de Dieu, XV, p.267
12. Que jamais Jésus n’ait songé à se faire passer pour une incarnation de Dieu lui-même, c’est ce dont on ne saurait douter. Une telle idée était profondément étrangère à l’esprit juif. XV, p.270
13. tout cela n’est pas mythique, tout cela n’est pas symbolique, Ap., p.476
14. XV, p.271, nota 7.
15. on n’est pas fils de Dieu toute sa vie et d’une façon continue. XIX, p.332
16. idées que nous qualifierons de rêveries / tout cela fût pris à la lettre, XVII, p.295,297
17. aussi exposés à recevoir des fait une foudroyante réfutation. XVII, p. 301
18. Si c’est un personnage symbolique, pourquoi s’inquiéter de nous aprendre qu’il est de Cana de Galilée, ...? ¿Pourquoi aurait-on inventé tout cela? Ap., 451
19. Si le miracle de l’eau changée en vin avait été inventé par l’auteur du quatrième évangile, comme le supposent les adversaires de la valeur dudit Évangile, pourquoi ce trait? Ap., p.454
20. dut avoir quelque réalité, puisqu’il est rapporté par les quatre textes. Ap. p.456
21. C’est un miracle auquel une circonstance réelle donna lieu. Rien de plus facile que d’imaginer une telle illusion dans des consciences crédules, naïves et sympathiques. "Pendant que nous étions avec lui, nous n’avons eu ni faim ni soif"; cette phrase bien simple devint un fait merveilleux qu’on racontait avec toute sorte d’amplifications. Ap., 464,465
22. Les détails du dialogue sont évidemment fictifs.
Si Jésus n’a jamais prononcé ce mot divin, le mot n’en est pas moins de lui, le mot n’eût pas existé sans lui. Ap., p.461,462
23. les discours rapportés par le quatrième Évangile ne sont pas des pièces historiques. In., p.62
24. Τοὺς εὐαγγελιστὰς ἐφευρετὰς οὐχ ἵστορας τῶν περὶ τὸν ᾿Ιησοῦν γεγενῆσθαι πράξεων.
Porfirio, Contra los cristianos, frag. 15.
En este mismo pasaje Porfirio afirma que es evidente que el relato de la muerte de Jesús es una invención discordante (φανερὸν ὡς ἀσύμφωνος αὕτή μυθοποιΐα). Mythopoiía: invención de un mito.
24. Τοὺς εὐαγγελιστὰς ἐφευρετὰς οὐχ ἵστορας τῶν περὶ τὸν ᾿Ιησοῦν γεγενῆσθαι πράξεων.
Porfirio, Contra los cristianos, frag. 15.
En este mismo pasaje Porfirio afirma que es evidente que el relato de la muerte de Jesús es una invención discordante (φανερὸν ὡς ἀσύμφωνος αὕτή μυθοποιΐα). Mythopoiía: invención de un mito.
25. impossible de prétendre que ce miracle soit sorti de l’imagination symbolique de notre auteur; car il se retrouve en Marc (VIII, 22 et suiv.), avec une coïncidence portant sur un trait minutieux et bizarre. Ap., p.471
26. il semble au premier coup d’œil qu’il doive compter parmi les événements de la vie de Jésus.
Toutes les circonstances de la résurrection de Lazare pourraient être le fruit de l’imagination du narrateur. Ap., p.472
27. Je ne tiens pas à la réalité historique du miracle dont il s’agit. Ap., p.481
28. Les uns sont purement et simplement des créations de la légende. / Il sont le fruit de ce travail d’imagination qui se produit autour de toutes les renommeées populaires. D’autres ont eu pour cause des faits réels. / Ce ne sont pas là des miracles éclos de la pure imagination; ce sont de miracles conçus à propos d’incidents réels grossis ou transfigurés. Ap., p.473
29. on n’emploie de moyens frauduleux qu’en sachant la fausseté de ce qu’on soutient. Ap., p.481
30. Il est impossible, parmi les récits miraculeux dont les Évangiles renferment la fatigante énumération, de distinguer les miracles qui ont été prêtes à Jésus par l’opinion, soit durant sa vie, soit après sa mort, de ceux où il consentit à jouer un rôle actif. Il est impossible surtout de savoir si les circonstances choquantes d’efforts, de trouble, de frémissements, et autres traits sentant la jonglerie, sont bien historiques, ou s’ils sont le fruit de la croyance des rédacteurs. XVI, p.284
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