ἐξανέστησεν γάρ μοι ὁ θεὸς σπέρμα ἕτερον ἀντὶ Αβελ
Dios me ha eyaculado otro esperma en lugar de Abel
Posuit mihi Deus semen aliud pro Abel
Dios me ha puesto otro semen por Abel
Génesis, 4.25 Posuit mihi Deus semen aliud pro Abel
Dios me ha puesto otro semen por Abel
ἐξαναστήσωμεν ἐκ τοῦ πατρὸς ἡμῶν σπέρμα
hagamos eyacular esperma de nuestro padre
ut servare possimus ex patre nostro semen
para que podamos conservar el semen de nuestro padre
Génesis 19.32,34
τὰ τοῦ θεοῦ σπέρματα
los espermas de Dios
Filón de Alejandría, De ebrietate, 30
τοῦ πατρὸς τῶν ὅλων, ἰδέαν τῆς ἄρρενος γενεᾶς
Filón de Alejandría, De specialibus legibus, 2.56
▬▬▬▬▬▬▬▬▬▬▬▬▬▬▬▬▬▬▬▬▬▬▬▬
La semilla de este blog está en la manifestación de la Iglesia y del partido conservador en junio de 2005 en Madrid, donde vivo, contra la inminente aprobación de la ley del matrimonio gay en España (aprobada el 30 de junio). Esta raza de víboras (Mt 12.34, 23.33) estaba atacando de forma ostensible mis derechos y sentí que tenía que defenderme de alguna manera, porque si me niegan el derecho a casarme, del mismo modo me niegan el derecho a ser libre y a no tener Dios (Ro 1.28), y como no han renegado de su pasado, sino que así lo confirman, también me niegan el derecho a vivir, pues me condenaron a muerte (Ro 1.32).
Lo peor que le puedes decir a un cristiano no es que Dios no existe —pues el dios de los cristianos, al que ninguno de los hombres ha visto ni puede ver (1Ti 6.18), como todos los dioses, es un mito, una mezcla sincrética del dios de los judíos y el de los gentiles (Ro 3.29)—, sino que Jesús nunca existió, inexistencia de la que estaba convencido desde años atrás. Así que decidí escribir algo para difundir por internet, en la medida de mis fuerzas, la demostración por el análisis y estudio de los textos de que este hombre era ficticio. Si alguien se inventó un Hijo de Dios y dijo que este era Jesús, entonces Jesús era también un invento, y en los textos hay suficientes pruebas que lo demuestran. Los textos demuestran que Jesús nació de un mito, y no que un mito nació de Jesús, y por esto se dice que nació del Espíritu santo (Mt 1.20; Lc 1.35), es decir, de una ficción mítica, o de la nada. El autor del evangelio de Marcos, que no tiene ningún problema en hablar de un hombre que echa la simiente en la tierra (Mc 4.26), o de los siete hermanos que se casaron con la misma mujer y no dejaron esperma (οὐκ ἀφῆκαν σπέρμα, Mc 12.20-22), ignora totalmente que Jesús tuviera un padre humano, y esto a pesar de usar varias veces el nombre de José en su relato. Y a todo el pensara que el Hijo de Dios había sido un hombre histórico del esperma de David (ἐκ σπέρματος Δαυὶδ, Ro 1.3) el autor de Marcos le hace una pregunta fulminante: ¿y de dónde es hijo de él? (et unde est filius ejus? Mc 12.27. Semen = hijo: el hijo de la esclava... es esperma tuyo, σπέρμα σόν ἐστιν, semen tuum est, Gén 21.13. El buen semen son los hijos, bonum vero semen hi sunt filii, Mt 13.38). Puesto que el hombre de la antigüedad sabía perfectamente de dónde (πόθεν) procede un hijo (del esperma de un hombre, ἐκ σπέρματος ἀνδρὸς, Sab 7.2), y no se da ninguna respuesta a esta pregunta, que sería superflua referida a un hombre real, se deduce que no había existido un hombre real que era el Hijo de Dios. Es más, los autores de Mateo y de Lucas también repiten la misma pregunta sin darle ninguna respuesta, a pesar de que se han inventando un nacimiento ficticio del hijo de David (Mt 1.1; Lc 1.32), cada cual uno distinto. Es decir, los evangelistas no estaban narrando una historia real, aunque parezca lo contrario, como tampoco narraban una historia real los que escribieron el Génesis.
La historia del Hijo de Dios tiene, entre otros muchos, tres fallos fundamentales que demuestran —cada uno por sí solo, y más si se suman— que esta historia era completamente ficticia y no tenía ninguna base real, aunque se reduzca al mínimo y se elimine su contenido mítico, que no es poco. Primero, los libros del Nuevo Testamento están todos escritos en una lengua extraña al judaísmo (Hechos, 10.28), y el hebreo era una lengua viva cuando supuestamente se escribieron, como lo demuestra con creces la redacción de la Mishná. Es decir, los libros del Nuevo Testamento no fueron escritos por judíos nativos. Segundo, esta historia está situada precisamente allí donde nunca pudo ocurrir. Es decir, nunca pudo existir un judío nativo que se viera a sí mismo como el Hijo de Dios, ni nunca pudo existir un grupo de judíos nativos que dijeran a otro hombre que era el Hijo de Dios y mucho menos que lo adoraran (et adoraverunt eum, Mt 14.33, 28.9,17). Y tercero, el desconocimiento evidente de esta historia que muestran los autores de las epístolas. Por ejemplo, en ellas nunca se mencionan Galilea ni Nazaret, a pesar de mencionar otras muchas provincias y ciudades, ni nunca se menciona ninguna de las muchas parábolas que los evangelios atribuyen a Jesús, lo que indica que esta historia era inventada, y no existía ninguna tradición oral.
Quede claro que me importan un comino la historicidad o la ficción de este hombre. No se trata de investigar la historicidad de un hombre que sabemos que era ficticio, ya que si hubiera pruebas irrefutables de su existencia (pues no hay ninguna), no habría ningún inconveniente en reconocerlo, y se trataría entonces de investigar cómo este hombre fue revestido de mito y si pudo ser divinizado en Judea un vulgar charlatán judío por unos hombres también judíos cuya religión prohibía terminantemente cualquier tipo de deificación o idolatría (Éx 20.4, Lv 26.1, Dt 4 15-18), pues según Filón, los judíos fueron los únicos de todo el imperio romano que se negaron a acatar la deificación del César.1 Es decir, esta deificación, como la resurrección, no pudo ocurrir nunca. Y en cuanto a los cristianos primitivos, ¿en qué hombre histórico basaron sus creencias, si afirman explícitamente que su fe no estaba fundada en sabiduría de hombres, ni en palabras aprendidas de sabiduría humana (1Co 2.5,13), puesto que todo hombre es falso (πᾶς δὲ ἄνθρωπος ψεύστης, Ro 3.4, Sal 116.11)?, y ¿en qué hombre histórico se gloriaban, si esto también ellos lo tenían prohibido?: Que nadie se gloríe en los hombres, el que se gloría, que se gloríe en el Señor (1Co 3.2; 2.Co 10.17).
Sin embargo, a pesar de mi repugnancia hacia esta religión, me he tomado la molestia de examinar minuciosamente los textos primitivos de la literatura cristiana en su idioma original, pues después de todo el cristianismo modeló la mente del hombre occidental durante siglos, como un ejercicio de arqueología del pensamiento y como una investigación sobre la no historicidad verificable de Jesús, por más que muchos teólogos cerriles y pseudohistoriadores con anteojeras se empeñen en seguir viendo pruebas espurias e indicios superfluos de un hombre imaginario donde solo hay una montaña de ficciones. Teniendo el mito delante de sus narices, ellos rechazan que Cristo fue una creación de la fantasía como los demás dioses y héroes de la mitología, y creen que fue un hombre histórico, pero no pueden demostrarlo salvo con suposiciones y conjeturas gratuitas. Y como no pueden explicar por qué los textos demuestran que el Cristo mítico está antes que el ficticio Jesús, cuando la historia exige lo contrario, ni pueden compaginar el Jesús histórico que ellos se inventan con el Hijo de Dios del Nuevo Testamento, siempre están dispuestos a violentar los textos y a corregir la plana a los evangelistas, víctimas de la ilusión de que si eliminan el mito mediante una hermenéutica barata podrían rescatar alguna partícula de historia, como si fueran más listos y estuvieran mejor informados que los gnósticos que vivieron en aquella época, los cuales negaban rotundamente que Cristo hubiera existido: dicen que él no nació ni se encarnó, otros que ni siquiera asumió la figura de hombre.2
En este sentido, los cristianos primitivos, es decir, los gnósticos, eran mucho más fidedignos que los teólogos modernos, pues ellos al menos confiesan que no miraban las cosas que se ven, sino las que no se ven (2Co 4.18, Ro 8.25). Es decir, ellos se ubicaban a sí mismos en el ámbito de la ficción y de ahí no salían, porque pensaban que el mundo ficticio de Dios era el único verdadero, y no este mundo terrenal (yo no soy de este mundo, Jn 8.23; 17.14). Ellos no necesitaban a ningún Cristo real y humano —excepto cuando escribieron las alegorías de los evangelios—, porque sentían y pensaban desde la ficción, no desde la realidad, y lo reconocían, porque para ellos la gnosis de Dios (τῆς γνώσεως τοῦ Θεοῦ, 2Co 4.6, 10.5) era lo más importante, y este mundo les importaba un carajo: La gnosis (γνώσεως) de Cristo Jesús, mi Señor, por amor del cual todo lo he perdido y lo tengo por mierda (Fil 3.8). Según el autor gnóstico de la epístola a Bernabé, el que desea salvarse no mira a un hombre, sino al que habita y habla en él mismo.3
Si la resurrección es una ficción evidente que nunca pudo suceder,4 y es una parte fundamental (1Co 15.14,17) de la pseudohistoria de Cristo, ¿por qué debemos suponer que alguna parte de esta historia era verdadera? Si para ellos lo que nunca pudo suceder era real, sin que sintieran ninguna molestia o desazón ante una mentira tan manifiesta, ¿por qué iba a ser real aquello que pudo haber sucedido? Dicho de otra forma, si ellos mentían abiertamente en lo que era imposible, con mayor seguridad mentían en lo que era posible, pues como decía Celso: ni siquiera mintiendo fuisteis capaces de ocultar verosímilmente vuestras ficciones.5
Si los autores de las epístolas dicen que no os hemos dado a conocer la parusía (παρουσίαν) de Cristo siguiendo mitos (μύθοις) inventados (2Pe 1.16), es porque ellos percibían claramente que esta parusía 6 podía confundirse con un mito. Desde un principio, los cristianos fueron acusados de ser fabricantes de mitos: los gentiles que oyen de nuestra boca las palabras de Dios..., diciendo que son un mito y un engaño (μῦθόν τινα καὶ πλάνην, 2Clemente, 13.3). Los mismos cristianos primitivos eran conscientes de la similitud de sus creencias con los mitos, y se defendían recurriendo a la fantasía de una imitación demoníaca.7 Tertuliano lo expone con toda claridad así:
Todas las cosas contra la verdad de la misma verdad se han construido; los que han hecho esta imitación son los espíritus del error. Por estos han sido preparadas en secreto tales falsificaciones de la doctrina salvadora; por estos han sido introducidas también ciertas fábulas que debilitaran la fe de la verdad, o más bien que ganaran esta para sí mismos, a fin de que no se piense que hay que creer a los cristianos, como tampoco a los poetas ni a los filósofos, o para que se considere que hay que creer más a los poetas y filósofos, que no a los cristianos. Y así se ríen de que predicamos el juicio de Dios, pues del mismo modo los poetas y filósofos ponen un tribunal en los infiernos. Si amenazamos con la Gehenna, que es un depósito de fuego arcano para el castigo subterráneo, igualmente se burlan, pues del mismo modo en (el mundo de) los muertos está el río Piriflegeton.8 Y si nombramos el paraíso, lugar de divina amenidad destinado a recibir los espíritus de los santos, separado por aquella zona de fuego, como por una cerca, del conocimiento del mundo común, los Campos Elíseos se anticiparon a la fe. ¿De dónde (provienen), os pregunto, estas cosas tan similares con los poetas o los filósofos? Solamente de nuestros misterios. Si de nuestros misterios, como de anteriores, luego los nuestros son más fieles y más creíbles, cuyas copias también hallan fe. Si de sus mentes, entonces nuestros misterios se han de tener por copias de los posteriores, lo que la forma de las cosas no sostiene, pues nunca la sombra precede al cuerpo ni la copia a la realidad.
Y un poco más adelante, dejando a un lado por una vez las falacias y sofismas que llenan sus obras, Tertuliano hace esta sincera confesión:
Sean ahora falsas las cosas que defendemos y sean, con razón, suposiciones. Sin embargo, son necesarias; cosas necias, pero útiles, ya que obligan a hacerse mejores a los que las creen por el miedo del eterno suplicio y la esperanza del eterno consuelo. Así pues, no conviene llamar falsas ni tener por necias las cosas que conviene suponer como verdaderas.... Ciertamente, aunque sean falsas y necias, para nadie son perjudiciales. En verdad, son similares a otras muchas cosas (multis alliis similia) a las que ningún castigo imponéis, cosas vanas y fabulosas, que no son acusadas ni castigadas, porque son inofensivas (Apologético, 47.11-14, 49.2-3).
Después de describir bellamente la encarnación del Hijo de Dios, al que llama rayo de Dios (dei radius) caído en una virgen, y formada la carne en su útero, nace hombre mezclado con Dios (delapsus in virginem quandam et in utero eius caro figuratus nascitur homo deo mixtus), Tertuliano añade: Aceptad entretanto esta fábula, es similar a las vuestras (Recipite interim hanc fabulam, similis est vestris, Apologético, 21.14).9
En los mismos términos se expresaba Orígenes:
Y respecto a esto diremos que quizá unos demonios malvados dispusieron que estas cosas se escribieran —pues no creo que también dispusieran que sucedieran— a fin de desacretitar las cosas profetizadas sobre Jesús y las cosas dichas por él como ficciones semejantes (πλάσματα ὅμοια) a estas, o que nada teniendo más que las otras, no se admiren en absoluto (Contra Celso, 3.32). Es decir, las narraciones sobre Jesús no solo eran ficciones semejantes a las de otros personajes míticos como Zalmoxis, Dionisos o Aristeas, y tan míticas como las de éstos, sino más magníficas (σεμνότερα) y por ello igual de ficticias, pues Jesús era más poderoso que todos aquellos (Idem, 3.35; 4.17).
Sin embargo, mi trabajo de investigación no se habría alargado tanto, ni mi desprecio y porfía contra esta religión habría durado tanto, si en el ínterin no hubiera descubierto algo más asombroso que ni yo mismo esperaba: que el Dios del cristianismo, visto como Padre del universo,10 era en realidad un Falo, ya que el Falo es el Padre, como el Útero es la Madre. Semen est verbum Dei, el semen es el Verbo de Dios (Lc 8.11). En efecto, en este Semen divino estaba la vida (Jn 1.4, 1Jn 3.9; 5.11) y la vida procedía de Dios, es decir, del Falo cósmico, el que hizo el mundo y da a todos la vida (Hechos, 17.24-25). Y a tu esperma, que es Cristo (καὶ τῷ σπέρματί σου, ὅς ἐστι Χριστός, Gál 3.16). Este Semen se identifica con la Luz del mundo (Jn 8.12; 9.5; 12.46), y por tanto el Falo se identifica con el Sol.
Decidí entonces tomar como hilo conductor de esta investigación la numerosas referencias al esperma o semen en los textos de la literatura clásica y de la cristiana primitiva (desde Anaxágoras hasta san Agustín), pues donde hay Semen hay un Falo, aunque no se hable de él, así como donde hay aceite hay olivos, aunque no los veamos, y donde hay vino hay vides, dos líquidos que, junto con el agua y la leche, tienen un estrecho parecido simbólico con el semen. Aunque el hombre de la antigüedad atribuía solo al padre la causa de la generación, necesariamente donde hay un Hijo no solo hay un Falo o Padre, sino también un Útero o Madre, pero los cristianos suprimieron a la Madre,11 o incorporaron el mito del Útero virginal de María (Mt 1.18; 1.23; Lc 1.31; 2.21) demasiado tarde y mal, cuando ya las epístolas, que no saben absolutamente nada de ella (ni de ninguna otra María, ni de Jesús de Nazaret) llevaban rodando muchos años en manos de los gnósticos, sus autores.
Uno de los recuerdos más vivos de mi infancia es el de mi padre arando y sembrando la tierra con una yunta de mulos. Sin embargo, nunca entendí el significado simbólico de la parábola del sembrador, porque para comprenderlo es necesario abolir o dejar en suspenso el significado semántico, aunque los dos significados coincidían en la mente del hombre antiguo. Encontré la pista leyendo la primera epístola de Juan, en la que se habla del esperma o simiente de Dios (σπέρμα, 1Jn 3.9) sin relacionarlo con la agricultura, sino con el hecho de nacer (natus). Fue entonces cuando comprendí que la parábola del Sembrador, la parábola más central de los evangelios, no tenía nada que ver con la agricultura. Sabiendo que para los griegos y los romanos sembrar, es decir, echar la simiente o esperma (καταβολὴν σπέρματος, Heb 11.11) era sinónimo de procrear, la palabras el que siembra el buen esperma, ὁ σπείρων τὸ καλὸν σπέρμα (Mt 13.37), adquirían un significado completamente distinto.
Dos tesis principales conforman este blog: Jesucristo nunca existió, y el Padre es el Falo. Las entradas las he ido escribiendo paulatinamente según avanzaba en la lectura y análisis de los textos, y las he modificado y revisado muchas veces, con la adición de nuevos textos que sustenten, expliquen o amplíen una idea básica. No las he concebido como un texto definitivo, sino como un texto de textos, aunque he procurado que conserven cierta homogenidad. En otros casos me limito a presentar los textos desnudos para que hablen por sí solos, traducidos lo más literalmente posible por mí mismo. Para interrogar a los textos he tenido que hacer un viaje en el tiempo a la época en que apareció el Hijo de Dios (1Jn 3.8), y cuando aterricé allí, en pleno siglo II,12 me vi rodeado por los gnósticos, preguntándose a sí mismos: ¿qué dice la gnosis? (τί δὲ λέγει ἡ γνῶσις, Bernabé, 6.9), pues ellos tenían la llave de la gnosis (τὴν κλεῖδα τῆς γνώσεως, Lc 11.52). En un primer momento, solo consultaba ocasionalmente el texto original cuando tenía alguna duda, pero después lo hacía por hábito y finalmente, ante mi desconfianza y escepticismo hacia las traducciones eclesiásticas, decidí traducir por mí mismo para evitar sus interferencias, aunque ello ralentizara bastante mi trabajo. Después de haber leído y estudiado exhaustivamente gran parte de los libros de la literatura cristiana primitiva —muchos de ellos de una estupidez y una pesadez insufribles—, puedo decir, como Celso: lo sé todo,13 aunque todavía me queda mucho camino por delante. Pero al principio estaba muy perdido, tenía muchas dudas, y había cosas que no lograba entender, particularmente qué era eso del Espíritu, que da la vida (Jn 6.63) y qué era eso de nacer del Espíritu (Jn 3.6,8). En efecto, el Semen es lo que da la vida, y se nace del Semen del Padre, es decir, del Falo, pues el principio (ἀρχὴ) de la generación de los hombres está en el acto de echar el esperma en los surcos de la matriz, porque el principio (ἀρχὴ) de la generación es Dios, que es el causante del semen y de la generación de todos, pues los cojones son el símbolo del semen y de la generación.14 El lector hallará una explicación más extensa en este blog.
Por supuesto, los hombres de la antigüedad no entendían por esperma lo mismo que nosotros, sino algo muy distinto. Desde Platón y Aristóteles, o incluso antes, se puede demostrar que el concepto de semen era el de una sustancia espiritual, etérea y divina como la de las estrellas, no una sustancia vulgar compuesta de espermatozoides, que no fueron observados por primera vez hasta Leeuwenhoek. Su concepto del semen estaba tan alejado de nuestro concepto puramente biológico como nuestro concepto de las estrellas del suyo, que se pensaba que eran seres vivos e inteligentes. Y como el semen está en el origen, ellos convirtieron al Semen en el origen, es decir, en el principio (ἐν ἀρχῇ) estaba solamente el Falo o Dios, y su Semen o Logos, su Hijo (Jn 1.1; Gén 1.1).
El hombre de la antigüedad identificaba —a todos los niveles— el Útero femenino con la Tierra, el Falo con el Sol (el que da la vida), y el Semen con la luz solar. Todas las fantasías míticas del cristianismo provenían de aquí, y no de un hombre histórico. El que es de la tierra, de la tierra es (Jn 3.31). Solo esta frase entierra a ese hombre ficticio en el cementerio de los mitos. Quien pueda entenderla en todo su alcance sabe que para el autor del cuarto evangelio Jesús nunca nació de la tierra (de las sangres, ni de voluntad de la carne, Jn 1.13). Es decir, el evangelista estaba diciendo claramente que Jesús era un mito, pues lo que ha nacido de la carne, carne es (Jn 3.6).15 Negando la carne y la tierra (Ro 8.4-14, Col 3.2), el cristianismo negaba a la mujer. Y sin embargo, los gnósticos, puesto que creían en la realidad platónica de un Dios Padre y se habían inventado un Hijo de Dios, asumían ellos mismos el rol femenino: porque son mujeres, como ellos mismos lo confiesan,16 razón por la que también identificaban a la Iglesia con la esposa y a Cristo con el esposo.17