08 junio 2010

El Falo de Egipto
























De Egipto llamé a mi hijo. 
Mateo 2.15

He visto, he visto la aflicción de mi pueblo que está en Egipto, y he oído el gemido de ellos, y he descendido para liberarlos. Ahora pues, ven, te enviaré a Egipto.

Hechos 7.34

Un judío de nombre Apolo, natural de Alejandría, varón elocuente, llegó a Éfeso, siendo experto en las Escrituras. Estaba instruido en el camino del Señor, y con fervor de espíritu hablaba y enseñaba con exactitud acerca de Jesús.

Hechos 18.24-25


















Sin duda en muchas partes del mundo está dicha gente, pero es muy abundante en Egipto en cada uno de los llamados nomos y sobre todo alrededor de Alejandría.
Filón de Alejandría. Sobre la vida contemplativa 21

Y si ahora visitas el desierto de Egipto, lo verás convertido en el más hermoso paraíso; allí coros incontables de ángeles en forma humana, y muchedumbres de mártires, y congregaciones de vírgenes; allí destruida la tiranía del Diablo y esplendoroso el reino de Cristo. 

San Juan Crisóstomo, Homilías sobre San Mateo, 8.4




Hablaba contando muchas mentiras parecidas a verdades.
Homero, Odisea 19.203
.

Nosotros sabemos contar muchas mentiras con apariencia de verdades.
Hesíodo, Teogonía 27

.
Me refiero, querido amigo, a los que sin justificación de tipo práctico ponen la mentira muy por delante de la verdad, disfrutando y complaciéndose machaconamente en ello sin justificación explicable alguna... Podría yo ponerte como ejemplo a muchos hombres inteligentes y de criterio excelente que, sin embargo, se han visto atrapados, no sé cómo, por ese vicio y se han convertido en embusteros, hasta el punto de que me solivianta si hombres tan extraordinarios en las demás facetas se complacen engañándose a sí mismos y a quienes les salen al paso.
Luciano, El embustero 1,2


El error, en efecto, no se muestra claramente, para evitar ser denunciado por su propia desnudez; antes bien se recubre alevosamente de una vestimenta verosímil y trata de aparecer -ridículo es decirlo- más verdadero que la verdad misma a los ojos de los ignorantes, gracias a esa apariencia exterior.
San Ireneo, Contra las herejías, I pref, 2


.Dice además el judío de Celso a los discípulos de Jesús, como si hubieran inventado esto, que ni mintiendo fuisteis capaces de ocultar verosímilmente vuestras ficciones. A esto respondo que el camino más fácil para ocultar tales cosas era no escribirlas de ningún modo. Porque si los evangelios no las contuvieran, ¿quién podría reprocharnos por lo que Jesús había dicho durante la economía? Pero Celso no sabía que no está en ellos engañar sobre Jesús como Dios y profetizado, e inventar sobre él conociendo claramente que no era verdad lo que inventaban. En verdad, por tanto, no inventaban, sino que así pensaban y no escribían mintiendo, o escribían mintiendo y no pensaban esto ni, engañados, lo tuvieron por Dios.
Orígenes, Contra Celso, 2.26

¿Hasta cuándo estará esto en el corazón de los profetas que profetizan mentira, y que profetizan el engaño de su corazón?
He aquí yo contra los que profetizan sueños mentirosos, dice Jehová, y los contaron e hicieron errar a mi pueblo con sus mentiras y con sus lisonjas.

Jeremías
23.26,32



















Dios les envía un poder engañoso para que crean la mentira. (2Te 2.11)
y has probado a los que se dicen ser apóstoles, y no lo son, y los has hallado mentirosos. (Ap 2.2)
Porque éstos son falsos apóstoles, obreros fraudulentos, que se disfrazan como apóstoles de Cristo. (2Co 11.13)
escuchando a espíritus engañadores y a doctrinas de demonios, diciendo mentiras con hipocresía. (1Ti 4.1)
Porque muchos engañadores han salido por el mundo, que no admiten que Jesucristo ha venido en carne. (2Jn 7)
Entonces si alguno os dijere: Mirad, aquí está el Cristo; o mirad, allí está, no lo
creáis. Porque se levantarán falsos Cristos y falsos profetas, y harán señales y prodigios, para engañar, si fuese posible, aun a los elegidos.
(Mc 13.21-22, Mt 24.23-24)



















Afirmando ser sabios, se hicieron necios, y cambiaron la gloria del Dios incorruptible en semejanza de imagen de hombre corruptible.
Romanos 1.22,23
 

el evangelio predicado por mí, que no es de un hombre, pues de ningún hombre yo lo recibí ni aprendí, sino por revelación de Jesucristo.
Gálatas
1.11,12

.
No os anuncio la adoración de un hombre, sino la de un Dios inmutable.

Hechos de Juan, 104


No es posible que juzguemos Dios a uno que es hombre por naturaleza.

Arístides, Apología 7.2(S)


Nadie subió al cielo, sino el que descendió del cielo; el Hijo del Hombre, que está en el cielo.
Juan 3.13

El que descendió, es el mismo que también subió por encima de todos los cielos para llenarlo todo.
Efesios
4.10


Ninguno de los dioses celestes descenderá sobre la tierra, abandonando el límite del cielo.
Hermes Trismegisto
10.25


Ni Dios ¡oh judíos y cristianos! ni ningún Hijo de Dios bajó jamás ni puede bajar.
Orígenes, Contra Celso 5.2




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Las religiones son históricas, los dioses no. Ningún dios ha sido nunca un hombre histórico ni prehistórico. Nunca hubo un antes ni un después de Cristo, porque el mítico e inmortal Jesucristo nunca existió, no fue un hombre real, como sostienen los ministros de Dios. El divino Jesús no fue ni siquiera un mito al estilo de Prometeo o Dioniso, sino mucho menos que eso: un fantasma literario construido enteramente a base de citas del Antiguo Testamento, más de trescientas. Cualquiera que abra el Nuevo Testamento por dondequiera puede hallar tales citas a mansalva: Lo que de él dicen todas las Escrituras, y todas las cosas que de él estaban escritas (Lc 24.27,44, He.13.29, Mt 26.56, Jn 5.39, etc). La expresión como está escrito, sicut *scriptum* est, se repite como una muletilla (75 veces), apelando siempre a una cita del AT. Usando este comodín, el evangelio de Marcos se abre con una cita de Isaías, cita que repiten mecánicamente los demás evangelios en el mismo lugar, y la epístola a los Hebreos, por ejemplo, que en su capítulo once resume toda la historia bíblica, comienza con seis citas seguidas de los Salmos para explicar la naturaleza angelical o celestial (no terrenal) de Cristo: me recibisteis como a un ángel de Dios, como a Cristo Jesús (Gál 4.14, Hech 7.30,35,38, 10.3, 27.23).
Los evangelios son ficciones desde el principio hasta el final, y no contienen ni una sola gota de verdad histórica. Son alegorías en su totalidad, no solo colecciones de parábolas o alegorías, género literario de moda en la época alejandrina, y el divino Jesús era la alegoría mística y literaria del Faloespermaluz de Dios, que a su vez era una alegoría abstracta del Falo cósmico solar, el que engrendró, pro-creó o «hizo» todas las cosas, nuestro Padre que está en los cielos. Los evangelios narran las sublimes andanzas y enseñanzas y la crucifixión de este Falo solar antropomorfo, personificado como un hombre para describir así su actividad milagrosa, las maravillas que hacía (Mt 21.15, Lc 5.26, Jn 2.23, Gál 3.5) y su extraordinario e inmenso poder creador (δύναμις): todo fue creado por medio de él y para él (Co 1.16, Ef 2.10), el que sustenta todas las cosas con la palabra de su poder (Heb 1.3), todas las cosas fueron hechas por él (Jn 1.3, He 17.24), por quien son todas las cosas y nosotros también (1Co 8.6, Ro 11.36), tú creaste todas las cosas y por tu voluntad existen y fueron creadas (Ap 4.11).
. Pero aquí voy a considerar por un momento la posibilidad de que esta fantasía hubiera sido un hombre histórico de carne y hueso, algo terminantemente prohibido por los mismos textos. Así que los cristianos y todos los que afirmen su historicidad deberían comenzar por aprender griego clásico y leer y entender lo que dicen los evangelios y las epístolas, ¿qué está escrito en la Ley? ¿Cómo lees? (Lc 10.26), en vez de dedicarse a elucubrar sobre lo que a ellos les hubiera gustado que dijeran.
En el principio era el Logos y el Logos estaba en Dios, y el Logos era Dios (Jn 1.1), me parece que es imposible decirlo más claramente y sin embargo muchos no se enteran: en el principio era el Esperma y el Esperma estaba en Dios, y el Esperma era Dios.
τοῦ θεοῦ σπέρμα, ὁ λόγος, el esperma de Dios, el Logos, escribía a mediados del siglo II san Justino (Apología I, 32.8), que pertenecía a la primera hornada de santos de la Iglesia.
Logos = Esperma: semilla, simiente, semen:
σπόρος ἐστὶν ὁ λόγος τοῦ Θεοῦ
Semen est verbum Dei. 
El semen es el Logos de Dios (Lc 8.11).
Ὡμοιώθη ἡ βασιλεία τῶν οὐρανῶν ἀνθρώπῳ σπείραντι καλὸν σπέρμα ἐν τῷ ἀγρῷ αὐτοῦ.
El reino de los cielos es semejante al hombre (el Falo) que siembra buen esperma en su campo (Mt 13.24).

Ὁμοία ἐστὶν ἡ βασιλεία τῶν οὐρανῶν κόκκῳ σινάπεως, ὃν λαβὼν ἄνθρωπος ἔσπειρεν ἐν τῷ ἀγρῷ αὐτοῦ· ὃ μικρότερον μέν ἐστι πάντων τῶν σπερμάτων. 
Semejante es el reino de los cielos al grano de mostaza, que cogió un hombre (el Falo) y sembró en su campo, el cual es ciertamente el más pequeño de todos los espermas (Mt 13.31-32, Mc 4.31).
Ὁ σπείρων τὸ καλὸν σπέρμα ἐστὶν ὁ υἱὸς τοῦ ἀνθρώπου.
 

El que siembra el buen esperma es el Hijo del hombre (el Falo) (Mt 13.37).
ὁ σπείρων τὸν λόγον σπείρει. 
El sembrador (el Falo) siembra el Logos (Mc 4.14, Mt 13.19-23).
Οὕτως ἐστὶν ἡ βασιλεία τοῦ Θεοῦ, ὡς ἂν ἄνθρωπος βάλῃ τὸν σπόρον ἐπὶ τῆς γῆς.
Así es el reino de Dios, como un hombre (el Falo) que arroja la simiente en la tierra (Mc 4.26).

Marcos utiliza un verbo mucho más expresivo de la salida del semen: βάλλω, que significa echar, arrojar, lanzar, disparar, expulsar. Lucas utiliza también este mismo verbo para la semilla más pequeña que cogió un hombre y arrojó en su huerto (ὃν λαβὼν ἄνθρωπος ἔβαλεν εἰς κῆπον ἑαυτοῦ, Lc 13.19). Ni que decir tiene que la tierra, el campo y el huerto son una metáfora de la mujer y la vagina. Por cierto, María Magdalena, la Eva en pecado idéntica a la virgen María, (todas las marías del NT son ficticias y simbolizan a Eva) confunde al Falocristo con el hortelano (Jn 20.15), ya que entre el sembrador (el Falo) y el hortelano no hay ninguna diferencia: el que planta y el que riega son iguales (1Co 3.8).
Pero el verbo propio para el salir del semen es ἐξέρχομαι, que literalmente significa ir a fuera, el mismo verbo usado para decir que el divino Jesús salió de Dios (Jn 8.42, 16.27,28,30) cuando Dios se vació a sí mismo, ἑαυτὸν ἐκένωσε (Flp 2.7), sabiendo Jesús que el Padre le había dado todas las cosas en las manos, y que había salido de Dios (Jn 13.3, en las manos, alusión a la masturbación). Del mismo modo, también el espíritu inmundo (el esperma) sale del hombre (Mt 12.43, Lc 12.24).
El Falo se identifica con el Esperma porque lo que es propio de una cosa se identifica con ella:
καὶ τῷ σπέρματί σου, ὅς ἐστι Χριστός.
Y a tu esperma, el cual es Cristo
(Gál 3.16).

Θεὸς.., Ὁ δὲ ἐπιχορηγῶν σπέρμα τῷ σπείροντι.
Dios.., El que suministra esperma al que siembra (2Co 9.10).
Πᾶς ὁ γεγεννημένος ἐκ τοῦ Θεοῦ ἁμαρτίαν οὐ ποιεῖ, ὅτι σπέρμα αὐτοῦ ἐν αὐτῷ μένει.
Todo el que ha nacido de Dios, no hace pecado, porque el esperma del mismo permanece en él (1Jn 3.9).

ἀναγεγεννημένοι οὐκ ἐκ σπορᾶς φθαρτῆς, ἀλλὰ ἀφθάρτου, διὰ λόγου ζῶντος Θεοῦ.
renacidos no de simiente corruptible, sino incorruptible, por el Logos viviente de Dios (1 Pedro 1.23).

Nótese cómo se relacionan semen = vida = logos. Al igual que el semen, las palabras del Falocristo son portadoras de vida eterna (Jn 5.24; 6.68, Fil 2.16). El Falocristo es el que sustenta todas las cosas por la palabra de su poder (Heb 1.3). Así pues, la palabra de Dios no tenía nada que ver con el sentido lingüístico que nosotros le damos a un idioma, ya que el reino de Dios no consiste en palabra (1Co 4.20). La palabra de Dios crecía (He 6.7; 12.24) como las plantas, porque toda carne es como hierba (1Pe 1.24). Incluso el evangelio en sí mismo, como palabra de Dios, es identificado con el semen y la luz: quien os engendró en Cristo por el evangelio fui yo (1Co 4.15), el Falocristo sacó a luz la vida y la inmortalidad por el evangelio (2Ti 1.10), para que no les resplandezca la luz del evangelio de la gloria de Cristo (2Co 4.4), para anunciar la luz al pueblo y a los gentiles (He 26.23). Luz y semen son lo mismo por la identidad del Falo y el Sol, ya que ambos son los dadores alegres (2Co 9.7) de vida en el mundo: el (re)nacimiento y la primavera.

. No existe ninguna constancia científica de que los dioses hagan visitas esporádicas al mundo. Y así como nunca se han encontrado fósiles o restos óseos de dioses en ningún yacimiento arqueológico, tampoco existe ninguna constancia histórica de este dios portaluz (φωσφόρος = lucéforo, el Falo solar, 2P 1.19) que hace dos mil años decidió por su cuenta emanciparse y bajar del cielo (Jn 3.13, Ef 4.10) para traer la luz eterna del Sol a los que vivían en tinieblas: Yo soy la luz del mundo, el que me sigue no andará en tinieblas (Jn 8.12 y también Mt 4.16, Lc 1.79, Jn 12.35, He 26.18, 2Co 4.6, Ef 5,8; 1Ts 5.5; 1P 2.9)

. Todavía hoy se siguen publicando gruesos libros pseudocientíficos bajo el auspicio de la Iglesia,1 que parten del falsísimo supuesto de que el divino Jesús fue un hombre histórico. Esto es solo una estratagema estúpida para diferenciar la religión cristiana de las demás religiones y que no aparezca como lo que realmente es, un conglomerado de disparates, falacias, fantasías, supercherías y tonterías. Bajo la apariencia de una «investigación científica», algo que siempre ha repugnado a la Iglesia desde sus inicios como queda bien patente en la primera epístola a los Corintios, pretenden arrastrar al lector a su redil presentando como un hecho verídico que el divino Jesús fue un hombre histórico, un «reformador judío» o «un maestro galileo del siglo I», un supuesto totalmente gratuito que no se puede extraer de los evangelios ya que ninguna página del Nuevo Testamento es historia (Piñero, libro citado, pág 24). Para los cristianos anteriores al siglo IV, el divino Jesús era Dios por los cuatro costados, una «emanación» del mismísimo Dios: Cristo, el cual es la imagen del Dios invisible (2Co 4.4, Col 1.15). Salían los demonios de muchos, dando voces y diciendo: Tú eres el Hijo de Dios (Lc 4.34,41). Hasta los demonios, que hablaban el griego mejor que el ficticio san Pablo (He 21.37), lo sabían y eran más inteligentes que estos pseudocientíficos. Muchas veces y de muchas formas y de manera bien explícita se afirma la naturaleza divina de este fantástico personaje, desde su concepción divina hasta su resurrección no menos divina, pasando por su transfiguración divina y sus increíbles poderes igualmente divinos, sin olvidar los innumerables pasajes en que se habla expresamente del reino de Dios como si fuera algo factible. A pesar de todo ello, estos pseudocientíficos todavía tienen la jeta de afirmar su historicidad. Porque este es el quid de la cuestión: si el divino Jesús nunca existió, entonces el cristianismo no puede presentarse a sí mismo como una verdad histórica. Si estos falsarios tuvieran un mínimo de honradez intelectual tendrían que afirmar que el Diablo también fue un hombre histórico, pues tenía las mismas absurdas credenciales o más para serlo que Jesucristo, con el que pasó unas amenas vacaciones en el desierto (Mt 4.1s; Mc 1.13, Lc 4.1s). El Diablo terrenal tenía más puntos y grados para ser un hombre histórico que Jesucristo: el Diablo era ¡¡ el príncipe de este mundo !! (Jn 12.31; 16.11. Mt 4.8, Lc 4.5-6), pero al contrario que el Diablo, Jesucristo no era de este mundo (Jn 8.23; 17.14), y los cristianos primitivos creían firmemente en la existencia realísima de este Arconte maligno o Cosmocrátor (gobernador de este mundo), que no tenía sangre y carne (Ef 6.12), porque el Diablo era y estaba en la carne (Ro 8.6-7 Heb 2.14). Si algo he perdonado, fue por vosotros en presencia de Cristo, para que no seamos engañados por Satanás (2Co 2.11) ¿Cual de los dos fue más histórico y real, Cristo o el Dios de este mundo (2Co 4.4)? ¿En presencia de Cristo? ¿Acaso estuvo Cristo en Corinto enseñando el evangelio a los sacerdotes de Serapis?
Porque no a hombres ni mucho menos enseñanzas humanas he elegido seguir, sino a Dios y las enseñanzas de Éste (San Justino, Diálogo 80.3). No camino apoyado en el nombre de un hombre, yo me aferro al nombre de Cristo (San Agustín, Enarrationes, 30). Jesucristo no fue un hombre en absoluto, ἄνθρωπον δὲ οὐδὲ ὄλως (Hechos de Juan 90.2). Entender al divino Jesús como un hombre histórico o biológico equivale sencillamente a prescindir del Nuevo Testamento. Un estudio concienzudo y sin prejuicios de las fuentes históricas y especialmente de los escritos del Nuevo Testamento, ha puesto fuera de duda que jamás ha habido un Jesús «puramente histórico», es decir, un Jesús meramente humano. Tal personaje es una mera ficción, un fantasma literario. (K. Adam, Jesucristo, Edt. Herder, pág.25).
Según los mismos textos cristianos, el divino Jesús no fue un hombre ni pudo serlo nunca, por varias razones, siendo la principal que Dios es Espíritu (Jn 4.24) y el deseo de la carne es contra el Espíritu (Gál 5.17, Ro 8.1-14), la carne no sirve de nada (Jn 6.63), y nunca pudo en-carnarse ni existir, en el sentido de que ha nacido un hombre en el mundo (Jn 16.21), por la sencilla razón de que lo que ha nacido de la carne no puede entrar en el reino de Dios (Jn 3.5-6, Gál 4.29). No toda la carne es la misma carne, y hay cuerpos celestiales y cuerpos terrenales (1Co 15.39-49). La «carne» mística y celestial de Cristo no se vendía en las carnicerías como verdadera comida (1Co 10.25, Jn 6.55), y no vio la corrupción (He 2.31; 13.36), ya que la carne y la sangre no pueden heredar el reino de Dios, ni la corrupción hereda la incorrupción (1Co 15.50), porque el que siembra para su carne, de la carne segará corrupción (Gál 6.8). Para colmo, la carne y el mundo se identifican con el pecado y con el Diablo (1Jn 3.8) en muchos pasajes del NT: con la carne sirvo a la ley del pecado (Ro 7.25), los designios de la carne son enemistad contra Dios (Ro 8.7). No son del mundo, como tampoco yo soy del mundo, mi reino no es de este mundo (Jn 17.16; 18.36) !Oh almas adúlteras! ¿No sabéis que la amistad del mundo es enemistad contra Dios?. Cualquiera, pues, que quiera ser amigo del mundo, se constituye enemigo de Dios (Stg 4.5), no améis al mundo ni las cosas que están en el mundo, el mundo entero está bajo el Maligno (1Jn 2.15; 5.19). ¿Qué ha sucedido para que a nosotros hayas de aparecerte (ἐμφανίζειν) tú mismo y no al mundo? (Jn 14.22)
El cuerpo terrenal, este que tenemos nosotros, que nunca resucitará y cuya eternidad esculpieron maravillosamente los griegos, para los cristianos era la casa de los demonios (Mt 12.44, Lc 11.24, Bernabé 16.7), y el trabajo de exorcista ambulante (He 19.13) de Jesucristo consistía precisamente en echar fuera muchos demonios (Mt 8.16, Mc 1.34, Lc 4.41) y destruirlos, ¿has venido para destruirnos? (Mc 1.24, Lc 4.34), lo cual implicaba la destrucción del mundo, ya que éste era identificado con el Diablo: Para esto apareció el Hijo de Dios, para destruir las obras del Diablo (1Jn 3.8), y entonces se revelará el Malvado (el Anticristo), a quien el Señor matará con el espíritu (el esperma) de su boca y destruirá con la aparición de su venida (2Te 2.8 versus 2Pe 3.10.12, citado infra).
No llaméis padre a nadie en la Tierra (Mt 23.9). Jesucristo tenía poder en la Tierra (Mt 9.6, Mc 2.10, Lc 5.24) precisamente porque no era de este mundo (Jn 8.23; 17.14). Para los gnósticos que lo inventaron, Jesucristo era un ser sobrenatural, en el más absoluto sentido de la palabra, un angel de Dios (Mal 3.1, Mt 1.20; 2.13, 19; 28.2, Lc 1.11; 2.9, He 5.19; 8.26; 10.3, 12.7, Contra Celso 5.58, 8.27), el ángel de Dios de quien soy y a quien sirvo (He 27.23), el primogénito de las miríadas de ángeles que engendró Dios (Jn 1.51, Heb 12.22), el Falo cósmico solar y literario del AT, su primera eyaculación. A diferencia de Adán, palabra que en hebreo significa tierra, Jesucristo es del cielo, no de la tierra (1Co 15.47), ya que si Cristo estuviera sobre la tierra ni siquiera sería sacerdote (Heb.8.4). Este Cristo era una pura entelequia inmaterial y celestial, no de esta creación (Heb 9.11) Nadie subió al cielo sino el que descendió del cielo, el Hijo del hombre que está en el cielo, ὁ υἱὸς τοῦ ἀνθρώπου ὁ ὤν ἐν τῷ οὐρανῷ (Jn 3.13) ¿Qué hombre histórico hubiera dicho esto nunca, si se supone que en ese momento Jesucristo estaba hablando con Nicodemo en Jerusalén (Jn 2.23), después del altercado que tuvo en el templo? ¿Qué hombre histórico podía subir y descender del cielo hace dos mil años (Mc 16.19, Lc 24.51, He 1.11, Ef 4.9,10; 1Pe 3.22), como subía y bajaba del cielo el astro radiante del amanecer (Ap 21.16, Lc 1.78), el Sol que muere y resucita todos los días como lo vieron los hombres desde el paleolítico? El cielo era el trono de Dios (Mt 5.34; 23.22, He 7.49), y nuestro Padre universal, el Falo cósmico solar, está en el cielo, según la principal oración de los cristianos. Claro que Cristo, a diferencia del Sol, tenía un billete de ida y vuelta en el magnífico ovni con el que viajaba por los cielos acompañado por las estrellas y los doce signos del zodíaco: Una es la gloria del Sol, otra la gloria de la luna, y otra la gloria de las estrellas, pues una estrella es diferente de otra en gloria (1Co 15.41) ¿Habrán notado los telescopios espaciales Hubble, Chandra y Spitzer, estas diferencias de gloria entre las estrellas?
Cristo tuvo un cuerpo etéreo, astral o místico, de la misma naturaleza que los ángeles (Heb 1.4-14; 2.7,9) y era una «emanación» espirituseminal o «hijo» enviado por Dios: Padre justo, el mundo no te ha conocido (!!!), pero yo te he conocido, y estos han conocido que tú me enviaste (Jn 17.3,8,18,21,23,25; 13.16,20, Mt 10.40, Mc 9.37, Lc 9.48; 10.16). En los días de su carne (Heb.5.7), Cristo no estaba en este mundo, sino en el cielo mismo, atravesó los cielos (así el Sol, Heb.4.14), porque no entró Cristo en el santuario hecho de mano, figura del verdadero, sino en el cielo mismo para aparecerse ahora en la presencia de Dios por nosotros (νῦν ἐμφανισθῆναι τῷ προσώπῳ τοῦ Θεοῦ, nótese que se usa el mismo verbo que en Jn 14.22, antes citado) y se ofreció a sí mismo sin mancha a Dios, para destruir el pecado (el Diablo) por el sacrificio de sí mismo (Heb 9.24,14, 26). El sacrificio de Cristo ocurrió en el cielo mismo en la presencia de Dios y ha ocurrido ahora, en el fin de los tiempos (Heb 9.26), en el fin del mundo, es decir, no ha ocurrido nunca: ahora es el juicio de este mundo (Jn 12.31), el fin de todas las cosas se acerca, ἤγγικε (1Pe 4.7; 1Jn 2.18), es decir, se acercaba el reino de Dios: Se ha cumplido el tiempo, y se acerca, ἤγγικεν, el reino de Dios, !!así comienza el evangelio de Marcos y la predicación de Jesús y de los apóstoles!! (Mc 1.14, Mt 3.2; 4.17; 10.7, Lc 10.11). El fin del mundo era algo inmediato y está cerca, a la puertas (Mt 24.33, Mc 13.29), y no pasará esta generación hasta que todo esto acontezca (Mt 24.33-34, Mc 13.29-30, Lc 21.31-32). ¿No está claro? ¿Cómo leen los teólogos? El fin del mundo y la inmediata aparición del reino de Dios eran simultáneos, pues ellos pensaban que el reino de Dios aparecería inmediatamente (Lc.19.11).
Los cristianos primitivos verían el fin del mundo con sus propios ojos, aunque no lo vieron, gracias a Dios, ni lo verán nunca: algunos de los que están aquí no gustarán la muerte hasta que hayan visto el reino de Dios venido con poder (Mc 9.1, Mt 16.28, Lc 9.27) La venida del reino de Dios (del Sol), implicaba que todo y todos arderían y este mundo sería destruido por el fuego, la gran purificación, ideas que fueron puestas como profecía en boca del Falocristo: llovió del cielo fuego y azufre y los destruyó a todos, así será el día en que el Hijo del hombre se revele, ἀποκαλύπτεται, el Apocalipsis, el fin del mundo (Lc 17.29'30), el Sol se oscurecerá, y la Luna no dará su resplandor, y las estrellas caerán del cielo, y las potencias del cielo serán conmovidas (Mt 24.29, Mc 13.24, Lc 21.26), el cuarto ángel derramó su copa sobre el Sol, al cual fue dado quemar a los hombres con fuego (Ap 15.8), entonces vendrá sobre ellos destrucción repentina (1Te 5.3), y los echarán en el horno de fuego (Mt 13.30, 42), entonces llegará la creación de los hombres al fuego del juicio (Didaché, 16.5), la venida del día de Dios, en el cual los cielos siendo incendiados serán destruidos, y los elementos siendo quemados se fundirán, y la tierra y las obras que en ella hay se consumirán en fuego (2P2 3.12,10). El problema estaba en que el cielo era el trono de Dios, el lugar más propio del Sol (Mt 5.34; 23.22, He 7.49), así que este pobre Dios se iba a quedar sin trono y los cristianos sin casa: tenemos de Dios un edificio, una casa no hecha de manos, eterna, en los cielos (2Co 5.1, Jn 14.2), e incluso el mismo Dios sin templo: Y el templo de Dios fue abierto en el cielo (Ap 11.19), es decir, el paraíso quedaría reducido a cenizas, y esta era la gloria que predicaban y predican los cristianos. Y los ángeles que están en los cielos (Lc 12.25; Mt 22.30, Lc 2.13'15, Heb 12.22) tendrán que irse y viajar a otra galaxia, ¿a Andrómeda quizás? y buscar cielos nuevos y tierra nueva (2Pe 3.13, Ap 21.1), o quizás vayan a una más lejana del catálogo Messier, ya que ellos no tienen problemas de transporte ni el tiempo cuenta para Dios (2Pe 3.8).
Otro problema era que el Fuego del Sol, el infierno, era también la Luz del Sol, es decir, Dios era el Diablo: nuestro Dios es fuego devorador (Heb 12.19), fuego he venido a arrojar sobre la tierra (Lc 12.49) y el Anticristo, el Falo tal cual sin su simbólica vestidura púrpura y escarlata (Jn 19.2, Mc 15.17, Mt 27.28, Ap 17.4; 18.16), se sienta en el templo de Dios como Dios, haciéndose pasar por Dios (2Te 2.4). Los cristianos primitivos verían el fin del mundo, pero como esto nunca sucedió, afortunadamente, ellos se encargaron, cuando subieron al poder en el siglo IV, de convertir al mundo en una pesadilla y un infierno y arruinaron literalmente la civilización más poderosa y brillante que había en el planeta.
Cerca está el día en que todo se destruirá juntamente con el Maligno (Bernabé 21.3, Ro 16.20). Para los hombres que inventaron a Cristo, la venida del reino de Dios y el fin de este mundo, que como ya se ha dicho, era identificado con el Diablo, que también sería destruido (2Te 2.8, 1Jn 3.8), eran simultáneos y estaban cerca, a las puertas, así que todos tenían que arrepentirse lo antes posible (2Pe 3.9, He 3.19), arrepentíos (con esta palabrita, μετανοεῖτε, que significa cambiar de pensamiento, comienza la predicación del Falocristo, o sea, Dios como lavado de cerebro) y salvaos de esta generación perversa (He 2.38,40), y vended lo que poseéis (Lc 12.33, Mt 19.21, He 4.34), porque no podéis servir a Dios y a las riquezas (Mt 6.24). De esta forma tan cínica los cabecillas de los cristianos robaban y estafaban a los demás, pero esta vez de verdad, vaciándoles los bolsillos y la bolsa (Jn 12.6), no solo con la mentira de Cristo, que vendría como ladrón en la noche (1Ts 3.5, 2Pe 3.10, Mt 24.43 Lc 12.39, Ap 16.15), porque obviamente todavía no había venido: mi Señor tarda en venir (Mt 24.48, Lc 12.45; 2Pe 3.9) El ladrón no viene sino para robar, matar y destruir y además !las ovejas no oyen al ladrón! (Jn 10 1-10). Estas ovejas estaban un poco sordas, trasquiladas y descarriadas (Mt 18.12).
Es cierto que Jesucristo murió y resucitó, pero esto no ocurrió en este mundo, sino en el santuario verdadero y perfecto hecho por el Señor, no por el hombre, no hecho de manos, esto es, no de esta creación, en la Jerusalén celestial (Heb 8.2,5; 9.11,23-24; 11.10,16; 12.22; 13.14, Gál 4.26, Ap 21, y los ya citados 2Co 5.1, Jn 14.2). Nuestra ciudadanía está en los cielos, de donde esperamos un Salvador: al Señor Jesucristo (Fi 3.20) ¡¡Cristo no había venido todavía!! y por eso lo esperaban (1Co 1.7, Ef 1.12, Stg 5.7; 2Pe 3.12). Es obvio que si esperamos a alguien es porque todavía no ha venido y va a venir. Si aquellos ilusos y fanáticos hubieran visto realmente al dios Jesús en carne y hueso paseándose por las calles de Jerusalén montado en un burro no hubieran tenido que esperarlo, porque en esperanza fuimos salvos, pero la esperanza que se ve no es esperanza. Porque lo que alguno ve ¿a qué esperarlo? Pero si esperamos lo que no vemos, con paciencia lo esperamos (Romanos 8.25). No mirando nosotros las cosas que se ven, sino las que no se ven, pues las cosas que se ven son temporales, pero las cosas que no se ven son eternas (2Corintios 4.18). Una razón más, y de bastante peso, por la que Cristo nunca pudo ser un hombre histórico. Pero como Cristo nunca vino ni vendría tuvieron que inventarse la historia de la parusía, la segunda venida, olvidando por completo que los textos no solo no distinguen entre parusía y epifanía, la supuesta primera venida de Cristo (el bautismo), sino que las identifican: la epifanía era la parusía y viceversa: τῇ ἐπιφανείᾳ τῆς παρουσίας, la epifanía de la parusía (2Tes 2.8, citado supra). Cristo nunca vendrá porque ya ha venido, y nunca ha venido porque ha de venir (Ap 1.4,8; 4.8; 11.17 ), ya que si ha de venir, todavía no ha venido, obviamente. Y esto era el círculo donde nunca pasa nada, el eterno retorno, el ciclo diario y anual del Sol que muere y resucita todos los días y todos los años. Como es bien sabido, la teoría heliocéntrica supuso un duro golpe para el cristianismo, la Iglesia se opuso frontalmente a ella y prohibió los libros de Copérnico, Bruno y Galileo, una pequeña muestra de su inmenso y venenoso amor a la ciencia.
La muerte y resurrección simbólicas de Jesucristo eran una metáfora mística del bautismo, que era visto como una epifanía y como una muerte y resurrección (Ro 6.3-4; Col 2.12; 1Pedro 3.21), el momento en que nos convertimos en iluminados (Heb 6.4; 10.32), en que la Luz solar de Cristo, el esperma de Dios, entra en nuestro cuerpo, que era visto como el templo de Dios (1Co 3.16; 6.19, San Ireneo, Demostración, 96), frágil vaso de barro (Ro 9.21; 2Co 4.7; 2Clemente 8.2), que al mismo tiempo seguía siendo la casa del Diablo (vasos y casa del Diablo éramos nosotros, San Ireneo, Ad. haer, 3-8.2), como ya se ha dicho antes, y era el escenario físico, ahora sí, donde los más fieles seguidores de Cristo, los confesores de la fe y mártires, todos los oprimidos por el Diablo (He 10.38, Lc 4.18), reproducían de forma atroz su sacrificio, como imitadores de Cristo (Ef.5.1, 1Co 11.1; 1Te 1.6; 1P 2.21). Para luchar contra el Diablo y vencerlo, para no ser víctimas de los ardides de Satanás (2Co 2.11), los mártires sometían su cuerpo a todo tipo de espantosas torturas y mortificaciones: ya que los deseos carnales batallan contra el alma (1Pe 2.11). Vestíos de toda la armadura de Dios para que podáis estar firmes contra las asechanzas del Diablo (Ef 6.11-17). El Diablo nos ataca como eterno adversario (San Justino, Diálogo 116.1). Luchando contra el Diablo, los soldados de Cristo (2Ti 2.3-4) soportaban una gran lucha de padecimientos, es decir, se sometían a horribles penitencias y resistían hasta la sangre, combatiendo contra el pecado (Heb 10.32; 12.4), y los más fervorosos y fanáticos llegaban hasta el SUICIDIO, que los primeros cristianos llamaron con el eufemismo de martirio: porque vuestro adversario el Diablo, como león rugiente (Leo: el símbolo del Sol, Cristo también fue identificado con el león: Ap 5.5), anda alrededor buscando a quien devorar, al cual resistid firmes en la fe, sabiendo que los mismos padecimientos soportan vuestros hermanos en el mundo (1Pe 5.8·9). Así fui librado de la boca del león (2Ti 4.17), batallé en Éfeso contra las fieras (1Co 15.32). Las fieras: las pasiones del alma (Filón, Alegorías de las Leyes, II, 9, 11). Las fieras que devoraban a los mártires no eran fieras de circo, sino los demonios, ¿has venido a destruirnos? (Mc 1.24, Lc 4.34): era tentado por Satanás, y estaba con las fieras (Mc 1.13). No solo se nos ha ordenado dominar a las fieras de fuera, sino también a las pasiones salvajes dentro de nosotros mismos (Clemente de Alejandría, Stromata 6 115.2) Nosotros, que por nuestra confesión de la fe, por nuestra obediencia y nuestra piedad, somos condenados a tormentos hasta la muerte por los demonios y por el ejército del Diablo (San Justino, Diálogo, 131.2). Los mártires ofrecían sus cuerpos en sacrificio vivo a Dios (Ro.12.1), para ser conformes con la imagen de su Hijo (Ro 8.29) y para ganar en recompensa por tan espléndida entrega y victoria la corona incorruptible de gloria (1Pe 5.4), el reino de los cielos: castigo mi cuerpo y lo esclavizo (1Co 9.27), miserable de mí, ¿quién me librará de este cuerpo de muerte? (Ro 7.24), con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, sino que vive en mí Cristo.., yo llevo en mi cuerpo las marcas del Señor Jesús. Lejos esté de mí gloriarme sino en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, por quien el mundo me es crucificado a mí y yo al mundo (Gál 2.19,20, 6.17,14), los que son de Cristo han crucificado la carne con sus pasiones y deseos (Gál 5.24), nuestro viejo hombre fue crucificado juntamente con Cristo, para que el cuerpo del pecado sea destruido (Ro 6.6)
Quien crea que Jesucristo fue un hombre histórico tendrá que aceptar previamente que también era el «hijo» de Dios enviado por Dios. Los textos son categóricos y unívocos en este punto y no tienen ningún otro sentido posible: Tú eres el Cristo, el hijo de Dios vivo (Mt 16.16, Mc 3.11, Lc 22.70, Jn 6.69), el Señor nuestro Dios, el Señor uno es (Mc 12.29), Yo y el Padre somos uno (Jn 10.30) Yo no soy de este mundo... Yo he salido y vengo de Dios y es él quien me ha enviado (Jn 8.23,42), toda lengua confiese que Jesucristo es el Señor (Fil 2.11, Ro 10.9), su hijo Jesucristo, éste es el verdadero Dios (1Jn 5.20). Esto no solo es un dogma que profesan todos los cristianos, sino una idea axial repetida hasta el hastío en los libros del Nuevo Testamento, de forma que los evangelios y demás libros del NT no solo no prueban la existencia de Jesucristo, sino que son la prueba más rotunda de que no fue ni pudo ser un hombre físico e histórico, y por tanto nunca existió, ya que, supongo, el esperma de Dios no tiene cromosomas ni genes ni ningún hombre físico puede nacer por el esperma de Dios. Las clínicas de ginecología no tienen noticia de ello ni los bancos de esperma tienen esperma divino, ni de Dioniso ni de Shiva ni de ningún dios. Y no solo los libros del NT, los primeros escritores cristianos insistían precisamente en este punto: ¡Jesucristo no nació de esperma humano! οὐκ ἔστι γένους ἀνθρώπου σπέρμα, (San Justino, Apología I 32.9,11, Diálogo 63.2; 68.4; 76.1, Mt 1.18, Lc 1.34) y por esto mismo no pudo ser un hombre histórico, ya que ningún hombre puede nacer sin esperma humano: No es Cristo hombre nacido de hombres según la común manera de los hombres... Su linaje es inexplicable. Porque nadie, que sea hombre, nacido de hombres, tiene linaje inexplicable (San Justino , Diálogo 54.2; 76.2)
. Ningún hombre ni ninguna cosa del mundo puede existir antes de existir, esto sería una contradicción de principio. Sin embargo, la preexistencia del «hijo» de Dios está afirmada explícitamente en muchos pasajes del los libros del Nuevo Testamento, de manera que quien defienda que el divino Jesús fue un hombre histórico tendrá que aceptar también su imposible preexistencia: Antes que el mundo existiera... Antes de existir Abrahán, yo existo.(Jn 1.2; 8.58; 17.5,24, Col 1.17)
. La preexistencia del «hijo» de Dios era una idea netamente gnóstica y se afirma de muchas maneras distintas en los libros del NT: ¿Pues qué, si vierais al Hijo del hombre subir a donde estaba primero? (Jn 6.62, estaba en los cojones de Dios: preexistía como semen superior de la verdad, Nag Hammadi, Tratado sobre la resurrección, 44), la gracia que nos fue dada en Cristo Jesús antes de los tiempos de los siglos (2Ti 1.9, gracia y esperma eran sinónimos, porque el don de Dios o Falo cósmico se da gratis, como el agua de lluvia o la luz del Sol, también sinónimos del esperma divino) o bien de esta otra forma: el misterio que había estado oculto desde los siglos y edades (Col.1.26, 1Co.2.7, Ef.3.9), entiéndase: el espermaluz que había estado oculto hasta que Dios, el Falo solar, lo emitió. Siendo así, era algo perfectamente lógico que este espermaluz estuviera en el seno del Padre desde siempre (Jn 1.18), y que fuera igual a Dios (Flp 2.6), ya que lo que es propio de Dios se identifica con su ser.
nLos evangelios son una mezcolanza, un potaje de diálogos, milagros y parábolas sin más conexión entre sí que estar referidos a esta alegoría del FaLogos divino imitando una biografía. Esta pseudobiografía se escribió como marco en el que inscribir las citas del AT con las que los judíos de Egipto inventaron a Jesucristo.2 Cristo murió por nuestros pecados, según las Escrituras, κατὰ τὰς γραφάς, y que fue sepultado y que resucitó al tercer día, según las Escrituras, κατὰ τὰς γραφάς. (1Co 15.3,4). ¿Según las Escrituras? Téngase en cuenta que esta frase pertenece al núcleo más primigenio del cristianismo: os he enseñado, en primer lugar, ἐν πρώτοις, lo que recibí (1Co 15.3). Como los profetas tenían línea directa con Dios y eran capaces de ver las cosas a siglos de distancia, Cristo había venido porque Dios así lo había prometido antes por sus profetas en las santas Escrituras (Ro 1.2). Cristo fue una invención literaria. Todo lo que hizo y le ocurrió a esta alegoría del Faloespermaluz de Dios, y gran parte de lo que dijo (por ejemplo, Mt 5.34-37 es una cita ¡¡del apócrifo 2 Enoch 49.1!!), fue así simplemente porque así lo exigía el guión literario, incluso en los más nimios detalles: Todo esto sucede para que se cumplan las Escrituras de los profetas (Mt 26.56). Este guión lo escribió Dios previamente en un momento de inspiración o de aburrimiento: para realizar cuanto tu mano y tu voluntad habían decidido de antemano que sucediese (He 4.28, alusión a la masturbación). Así, por ejemplo, nos enteramos de que el divino Jesús hablaba mediante parábolas o que llegó a Jerusalén motado en un burro para que se cumpliera lo dicho por el profeta, (Mt 13.35; 21,4) o que su túnica se sorteó y fue atravesado por una lanza en la cruz también para que se cumpliera la Escritura (Jn 19.24,37). Algo realmente increíble, ya que nadie puede escribir sin estar novelando la vida de un hombre antes de que suceda. Teniendo en cuenta que el Antiguo Testamento está compuesto por 46 libros, con una extensión equivalente a 24 evangelios de Mateo o al doble de una edición conjunta de la Ilíada y la Odisea, es patente que no fue necesaria una dosis alta de inspiración divina para escribir esta alegoría literaria del Falogos de Dios, escrita además con un estilo pésimo y nada inspirado, como en el caso de Marcos, el evangelio más antiguo y del que dependen los de Mateo y Lucas. De hecho, los duplicados, tan frecuentes en los evangelios, demuestran el grado de estupidez y el poco arte que se empleó para su composición. Por otra parte la retórica es explícitamente rechazada en las epístolas paulinas: no con excelencia de palabras o de sabiduría (1Co 2.1) y la «oratoria» es contrapuesta a la «oración», la cháchara anodina con Dios.
. . Voy a examinar aquí dos casos muy distintos de personajes históricos separados entre sí por cinco siglos, Sócrates y Peregrino Proteo, hombres de carne y hueso que realmente vivieron en una época concreta, para que se vea la diferencia y la imposibilidad de que haya existido un hombre de verdad correlativo del divino Jesús de los evangelios. Sin olvidar que sostener como verídica la historia de un hombre que resucita es un insulto a la razón y un desatino absurdo, como si la resurrección tuviera más probabilidad de ser un fenómeno histórico que la epopeya de Gilgamesh o los trabajos de Hércules, y sin embargo los comehostias hablan de la resurrección con la mayor insolencia, vanidad y servilismo.
. . Contemporáneo de Demócrito, de Hipócrates y de los grandes historiadores y poetas griegos, no podemos estar seguros de cómo fue el Sócrates histórico, porque no dejó nada escrito. Pero a diferencia del fantástico Jesús, nunca hizo milagros, no anduvo por el Ática predicando el reino de los cielos, ni tuvo la suerte de resucitar después de tomar la cicuta. Sin embargo, sus discípulos, en particular Antístenes y un poco más tarde Platón, comenzaron muy pronto a publicar obras acerca Sócrates en forma de diálogos. De esta manera apareció un Sócrates literario que retuvo mucho del Sócrates histórico y real.3 Aunque Platón no hubiera existido (y esto sería muy difícil de imaginar) tendríamos las obras de Aristófanes y de Jenofonte, que confirmarían sin lugar a dudas que en el siglo V vivió realmente un hombre llamado Sócrates. Aristófanes escribió una violenta sátira contra Sócrates cuando éste tenía 46 años, Las nubes, una de sus obras maestras. No sabemos de nadie que escribiera ni siquiera un panfleto contra el divino Jesús cuando supuestamente predicaba y rociaba de milagros a los judíos, y eso que lo odiaban a muerte, según los relatos míticos de sus andanzas y sublimes enseñanzas.
Si Aristófanes y Jenofonte tampoco hubieran existido, podríamos afirmar que hubo un Sócrates histórico a partir de lo poco que sabemos de otros discípulos suyos que fundaron escuelas filosóficas.
Sus obras no han llegado hasta nosotros, pero tenemos noticias de ellos que nos han transmitido Diógenes Laercio, Sexto Empírico y otros que los citaron o resumieron. Antes de que los cristianos comenzaran a quemar libros y bibliotecas (Hechos, 19.19), delito que practicaron impunemente durante siglos porque consideraban la sabiduría humana nociva e innecesaria (porque está escrito: destruiré la sabiduría de los sabios, porque la sabiduría de este mundo es necedad ante Dios, 1Co.1.19; 3.19, esta sabiduría no es la que desciende de lo alto, sino terrenal, animal, diabólica, Stg 3.15, no tenéis necesidad de que nadie os enseñe, 1Jn 2.27), los libros de estos filósofos todavía podían leerse en tiempos de Diógenes Laercio, en el siglo III. Así, hablando de Arístipo, nos dice: Los escritos que corren de Arístipo son tres libros..., y de Antístenes: Andan diez tomos de escritos suyos.... Algo que siempre olvidan los siervos de Cristo, cuando hablan de la transmisión de textos de los clásicos y la comparan con la abundancia de los códices del Nuevo Testamento. . . 

La mayoría de los investigadores coincide en que la Apología fue una de las primeras obras de Platón y que debió escribirla poco después de 399, cuando murió Sócrates. Sus discípulos, a diferencia de los autores anónimos de los evangelios, no tuvieron que esperar medio siglo de tradición oral para escribir sobre él,4 los diálogos socráticos fueron escritos por hombres que realmente conocieron y trataron al filósofo. Cuando Sócrates murió, Arístipo tenía 35 años y Platón 28. A continuación presento un cuadro cronológico que incluye a Aristófanes, Jenofonte y algunos de sus discípulos, para que se vea la sincronía de todos ellos con Sócrates.


. En el siglo II vivió Peregrino Proteo, un filósofo cínico famoso por la muerte espectacular que se dio, inmolándose en el fuego ante una gran multitud muy cerca de Olimpia, cuando terminaron los juegos en el año 165 o 167. Hoy se le recuerda principalmente por la sátira de Luciano de Samosata La muerte de Peregrino, donde lo describe como un farsante y charlatán ávido de fama y gloria. El relato de Luciano es también una invectiva contra los cristianos, porque, según él, Peregrino militó durante algún tiempo en sus filas.5 Aprendió la maravillosa sabiduría de los cristianos, y haciéndose pasar por un profeta, se dedicó a estafarlos y a vivir y viajar a costa de ellos, gentes infelices e idiotas, en palabras de Luciano, que todo lo aceptan sin ninguna prueba fidedigna. Mucho dinero procedente de esta gente, nos cuenta Luciano, fue a parar a manos de Peregrino. Los cristianos lo llamaban nuevo Sócrates y, según Luciano, él mismo escribió muchos de sus libros sagrados. Ahora ahí tienes a este excelente hombre reducido a carbonilla, comenta Luciano al principio de su relato. Pero además de Luciano, otros escritores de su misma época (tres de ellos apologistas cristianos) le dedicaron algún comentario, lo que atestigua que existió realmente y no fue una invención novelesca de Luciano. A continuación presento un cuadro cronológico de los autores que lo citaron para resaltar su sincronía con el filósofo cínico.6


.
Peregrino Proteo se hizo famoso en su tiempo por llevar al extremo los postulados radicales de la escuela cínica. Fue expulsado de Roma por sus extravagancias y por hablar con demasiada libertad y audacia. Esto fue suficiente para que sus contemporáneos dejaran constancia escrita de él, pero no fue una figura de relevancia histórica, a no ser que morir en la hoguera fuera más relevante que morir en la cruz. Al igual que Sócrates, Peregrino no hacía milagros al por mayor ni tenía ángeles a su servicio, y Luciano, testigo de los hechos, asegura que tampoco resucitó de las cenizas como el ave fénix, por lo que su fama, incluso en la óptica exagerada de Luciano, no puede compararse con la fama que según los evangelios llegó a tener el maravilloso Jesús, al que seguían y oían grandes multitudes de gentes (Lc 6.17; 8.4,19; 11.29; 12.1; 19.3, Mt 14.14 Mc 12.37; Jn 12.12) de las ciudades
de toda Siria,
de toda Galilea,
de toda Judea,
de la Decápolis y de Jerusalén,
de Idumea, y del otro lado del Jordán,
y de los alrededores de Tiro y de Sidón

(Mt 4.23s, Mc 1.39, 3.7s, 5.20, Lc 6.17).
Jesús iba por
todas las ciudades

y aldeas,
predicando y anunciando
el evangelio
del reino de Dios

(Lc 8.1;4.43, Mt 11.20, Mc 6.33),
y su fama
se extendía
más y más,
y se reunía
mucha gente
para oírlo

(Lc 5.15; 4.14,37, Mt 4.24; 9.26,31; 14.1, Mc 1.28)
Como puede verse, esta fama no era ningún farol. Los evangelios insisten en este punto hasta la saciedad. En el milagro de la multiplicación de los panes había ¡¡ 5.000 !! hombres, sin contar mujeres y niños. Este pasaje está duplicado en Marcos y Mateo. Los que redactaron las fábulas de los evangelios eran tan estúpidos que repetían el mismo pasaje, prácticamente uno detrás de otro, sin darse cuenta.
Es natural pensar que un hombre con tamaña fama y conocido en tantos sitios tendría algún tipo de resonancia en alguna parte del imperio romano. Sin embargo, los vicarios de Dios nunca podrán presentar un cuadro cronológico como los anteriores que corrobore que el sublime Jesús realmente existió. Ya en 1892, un insigne portavoz de la OID 7 reconocía que no tenemos fuentes biográficas sobre Jesús de Nazaret que estén a la altura de los requerimientos de la ciencia histórica contemporánea. En efecto, no hay ningún registro histórico, ningún documento administrativo o judicial, ningún epígrafe ni monumento ni moneda ni estatua del siglo I que se refiera al inefable Jesús. Si hubiera existido en realidad, sería muy extraño que los escritores que pudieron ser sus contemporáneros nunca lo mencionen,8 lo que está en abierta contradicción con la inmensa fama que según los evangelios tuvo. Si Peregrino Proteo, un insignificante filósofo cuya fama no podía compararse con la que nunca tuvo el Hijo de Dios, fue mencionado por media docena de escritores coetáneos, en el caso del «Jesús de la historia» la historia se desvanece.
. El caso más delatador es el del filósofo judío Filón de Alejandría (−20/50). Filón es una figura crucial no solo por la cantidad de escritos suyos que nos ha llegado, sino también, y sobre todo para el caso, por sus lazos familiares. Su familia, que tenía ciudadanía romana, era eminente, poderosa y millonaria. Su hermano Alejandro era alabarca de Alejandría (magnate, gobernador y recaudador de impuestos), tan rico que donó dinero para revestir de oro y plata las puertas del templo de Jerusalén, e incluso hizo un préstamo al rey de los judíos Agripa I, mencionado en el relato ficticio de los Hechos, como el rey Herodes que ordenó matar a Santiago y encarcelar a Pedro (He 12). Un hijo de este hermano de Filón, Marco, se casó, aunque murió al poco tiempo, con la hija de Agripa I, Berenice, famosa tanto por su belleza como por sus escándalos, y también mencionada en los Hechos acompañando a su hermano el rey Agripa II, ante quien supuestamente habló el ficticio Pablo en Cesárea (He 25.23, 26.30). Y otro sobrino de Filón, Alejandro Tiberio, hijo también de Alejandro, pertenecía al orden ecuestre y llegó a ser procurador de Judea desde el año 46 al 48 y luego prefecto de Egipto. Los judíos de Alejandría tenían su propia sinagoga en Jerusalén, y visitaban en peregrinación la ciudad santa según la costumbre de la fiesta (Lc 2.42). El mismo Filón participó en una embajada ante el emperador Calígula, visitó Jerusalén y defendió a los judíos con su pluma (escribió una Apología de los judíos). Con este elenco de relaciones, si la historia del famoso dios Jesús hubiera ocurrido realmente, haciendo milagros en serie y predicando el reino de los cielos ante miles de personas, Filón tenía que haberse enterado a la fuerza, pues él dedicó toda su vida al estudio de la divinidad. Sin embargo, en los muchos libros que nos han llegado de él nunca habla del divino Jesús ni menciona a los cristianos en ninguna parte. (Véase la página Alegoría y ficción).9
El cristianismo no nació en Palestina, sino en Egipto, en el seno de comunidades y colonias judías cuya lengua ya no era el hebreo ni el arameo sino el griego. Los judíos formaban casi la octava parte de la población total egipcia y especialmente en Alejandría eran tan numerosos que dos de los cinco barrios de Alejandría eran judíos.10 Con el paso del tiempo dejaron de usar y olvidaron el idioma hebreo. Filón, por ejemplo, a pesar de la esmerada educación que recibió y su vasta erudición bíblica, no conocía el hebreo. La lengua que usaban los judíos egipcios era el griego koiné, hablado en la época helenística desde Alejandro Magno hasta finales de la edad antigua en tiempos de Justiniano (s.VI), el emperador cristiano que dió el portazo a la Academia de Atenas. El Antiguo Testamento está escrito en hebreo, y los únicos libros en griego del mismo (deuterocanónicos) fueron redactados o traducidos por judíos de Alejandría. Estos libros eran foráneos y nunca fueron admitidos en el canon hebreo, pero formaban parte de la versión de los LXX o Septuaginta, traducción griega de la Ley hebrea realizada en Alejandría.
Es muy significativo que fuera esta versión la que siempre usaron los cristianos primitivos como escritura sagrada, y que de ella procedan las numerosas citas (más de 300) del Antiguo Testamento que contienen los distintos libros que más tarde conformarían el Nuevo Testamento, todos ellos escritos originalmente en griego, por supuesto.11 El griego fue además la lengua original de la literatura patrística y prevaleció como lengua del cristianismo hasta el siglo IV. Hasta san Jerónimo sólo hubo padres de la Iglesia griegos y los siete grandes concilios tuvieron lugar en ciudades griegas. En la antigua Palestina se hablaba y escribía en hebreo o en arameo, como demuestra la redacción del Talmud. Las cartas de Bar Kochba, fechadas en los años de la segunda y última sublevación judía contra Roma (años 132-35), prueban también que el hebreo era una lengua viva en esta época. El Dios de los textos cristianos no hablaba el hebreo. Todos los libros del Nuevo Testamento están escritos en griego, y no son los judíos muy amigos de las letras griegas (Orígenes, Contra Celso 2.33). Con estos datos es imposible sostener un origen palestino del cristianismo. Esto sería algo tan absurdo como pensar que los escritores de hoy abandonarían sus lenguas nativas solo porque el inglés sea la lengua koiné.12 

Actualmente, la Septuaginta es el texto oficial en la iglesia griega, y las versiones latinas más antiguas usadas en la iglesia romana fueron hechas de ella. Los tres manuscritos bíblicos más antiguos y valorados son códices unciales de la Septuaginta (Vaticanus, Sinaiticus, Alexandrinus), todos de origen egipcio. La traducción más temprana adoptada en la iglesia latina, la Vetus Itala, era una versión directa de la Septuaginta y la Vulgata era simplemente la Vetus Itala corregida por Jerónimo según el texto hexaplar de la Septuaginta. Las traducciones del AT al siríaco, etíope, copto, árabe, armenio, georgiano, gótico y eslavo se hicieron también sobre ella.
El NT contiene, en el evangelio de Lucas, un homenaje explícito a la Septuaginta en la misión de los setenta y dos (Lc 10), teniendo que duplicar para ello de forma absurda la misión de los apóstoles (Lc 9). La dependencia del Nuevo Testamento respecto a la traducción de la Septuaginta es tanta que se puede afirmar que Cristo y el cristianismo nacieron en el siglo II antes de Cristo, en el momento en que se terminó dicha traducción, o incluso cuando se inició cien años antes, al final del reinado de Ptolomeo II. Cito textualmente la Enciclopedia de la Biblia (Editorial Garriga, 1963), artículo Alejandría: En tiempo de Ptolomeo II Filadelfo (285-247 A. C.), como fruto del helenismo, y a causa de que la mayor parte de los judíos alejandrinos ya no entendían el hebreo, se empezó en esta ciudad, hacia el 250 A.C. (el Pseudoaristeas dice en la isla de Faros), la traducción de la Biblia en griego, llamada de los Setenta (LXX), que se terminó en el año 117 A.C. Dice Filón, en su De vita Mosis, que el aniversario de esta versión se celebraba todos los años con gran regocijo en dicha isla, mientras que en Jerusalén se consideraba como día de luto y ayuno por la gran profanación que para ellos representaba.
En efecto, tal sacrilegio era para los judíos nativos la Septuaginta que la comparaban con el becerro de oro (Sefer Torah 1,8). Esta consideración radical excluye totalmente la posibilidad de que si situamos a los primeros cristianos en la antigua Palestina, éstos utilizaran la Septuaginta, como falsamente suponen muchos teólogos y como es obligatorio suponerlo por su identidad lingüística con el NT (la Enciclopedia Católica acepta este falso supuesto).
San Justino (siglo II), el santo que con ruin y estúpida presunción pensaba que los judíos se engañaban a sí mismos al interpretar sus propios libros,13 se refería a esta negativa de los rabinos a aceptar la Septuaginta: A quienes no presto fe alguna es a vuestros maestros, que no admiten esté bien hecha la traducción de vuestros setenta ancianos que estuvieron con Ptolomeo, rey de Egipto, sino que se ponen ellos mismos a traducir, y quiero además que sepáis que ellos han suprimido totalmente muchos pasajes de la versión de los setenta ancianos que estuvieron con Ptolomeo, por los que se demuestra que este mismo crucificado fue en términos expresos predicado como Dios y hombre y que había de ser crucificado y morir. Como sé que todos los de vuestra raza los rechazan, no me detengo en discutirlos, sino que paso a las pruebas tomadas de los que todavía admitís. (Diálogo, 71).14
La idea de que los judíos indígenas usaran la Septuaginta parte de un supuesto completamente absurdo: que alguien lea los libros escritos en su propio idioma traducidos a otro distinto. ¿Qué necesidad tenían los judíos nativos de leer sus libros sagrados traducidos al griego cuando ellos podían leerlos en su idioma original? Eso sería algo tan absurdo como que un español leyera a Cervantes traducido al inglés o que un inglés leyera a Joyce traducido al español. Según la Misnah, el que traduce un versículo literalmente es un falsificador; el que añade alguna cosa es un blasfemo (Qiddusin 49.4). Por tanto, estaba prohibido, no ya leer, sino escribir la Torah en otra lengua que no fuera la lengua sagrada hebrea.
Más que una traducción en el sentido moderno, la Septuaginta fue una adaptación libre, en muchos casos errónea y arbitraria, que introdujo importantes cambios sobre el original hebreo. A veces, las divergencias son tales que hacen pensar que la Septuaginta sea versión de un texto diferente del aceptado por los judíos indígenas. Además, los cristianos no tenían ningún reparo en modificar el texto bíblico traducido o añadir interpolaciones para darle el sentido que a ellos les convenía. El hecho de que los libros deuterocanónicos no fueran admitidos en el canon hebreo y que sin embargo formaran parte de la versión alejandrina demuestra por sí solo que el cristianismo no pudo haber nacido en la antigua Palestina.
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 A raíz de la expedición napoleónica a Egipto, durante el siglo XIX y sobre todo a partir de 1878 en Fayum y a finales de siglo en Oxirrinco se descubrieron decenas de miles de papiros de todas las clases, algunos de ellos con textos de literatura cristiana. Grenfell y Hunt comenzaron a publicar los papiros de Oxirrinco en 1898 y a lo largo del siglo pasado fueron saliendo a la luz numerosos papiros cristianos (Oxyrhynchus, Chester Beatty, Bodmer y otros) que enseguida desbancaron a los manuscritos más antiguos de los evangelios canónicos. De los más de cien papiros catalogados como neotestamentarios casi la mitad (47 en el año 2000) son de Oxirrinco. Muchos papiros pertenecen a evangelios uncanonical e incluso a evangelios desconocidos (Fayum fragment, Oxyrhynchus 840 y 1224, Egerton 2, Berolinensis y otros). Fechados entre los siglos II y III, estos papiros, cuyo texto difiere bastante del canónico, ponen de manifiesto que la datación de la Iglesia para la redacción de los evangelios es falsa, y junto con el fabuloso hallazgo de la biblioteca de Nag Hammadi o el más reciente del evangelio de Judas son una prueba indiscutible del origen egipcio del cristianismo, ya que todos se hallaron en Egipto, y no se ha descubierto ningún manuscrito cristiano anterior a los papiros egipcios fuera de Egipto.15
. . La iglesia copta ha preservado minuciosamente la creencia y doctrina cristiana ortodoxa en su forma más antigua y pura, sin cambios. El símbolo de la cruz de Cristo empezó a usarse en Alejandría entre los cristianos coptos, y en esta ciudad surgió el primer centro de catequesis cristiana. La lista de nombres ilustres del cristianismo primitivo que provienen de Egipto, muchos de ellos colocados en el Empíreo de la Iglesia, es abrumadora: Atanasio, Clemente, Orígenes, Cirilo, Didymo, Pierio, Pedro, Panteno, Serapión, Teófilo, Teognosto, Dioniso, Alejandro, etc. A este parnaso mirífico hay que sumar los nombres de los principales gnósticos: Basílides, Valentín o Carpócrates, todos naturales de Egipto, como no podía ser de otra forma, ya que gnosis y doctrina cristiana eran idénticas hasta el siglo III inclusive.16 Por si esto fuera poco, y sin ver en ello nada sospechoso, la Iglesia sitúa el origen del monacato cristiano en Egipto: Antonio, Ammonas, Pacomio, Shenute, Pafnucio, los dos Macarios, Evagrio, Paladio, Isidoro.17 Muchos de estos eclesiásticos y monjes escribieron sus obras en copto, !el mismo idioma en el que están escritos todos los códices gnósticos de Nag Hammadi! El magnetismo teológico que ejercía Alejandría y este cúmulo estelar no pueden deberse a una mera casualidad y es otra prueba más de que el cristianismo se gestó y surgió en Egipto. El hecho de que el monaquismo cristiano naciera en Egipto basta por sí solo para probarlo..  

Sin saberlo, los judíos egipcios (o egipcios judíos) nos dejaron como legado la religión ancestral de los faraones. Así, siendo la resurrección un concepto central que desarrollaron los egipcios durante miles de años, es lógico que también sea el núcleo y el vértice de la religión cristiana (1Co 15), cuya escatología depende por completo de la religión egipcia. La idea de una resurrección personal era del todo extraña para el judaísmo indígena (Mt 22.23, Mc 12.18, Lc 20.27; 24.11, Jn 8.52), y la idea de un mesías crucificado y expiatorio, un escándalo (Mt 26.31, 1Co 1.23, Gál 5.11) y una blasfemia (Mt 26.65, Mc 14.64, Jn 10.33).. .
El cristianismo no fue obra de judíos aborígenes, que estaban muy ocupados en redactar el Talmud (en hebreo y arameo, por supuesto) después de haber sido arrasados por las legiones romanas, ni apareció de la noche a la mañana traído por un Eón divino, sino que se gestó lentamente como un cóctel de la religión grecoegipcia con las ideas fanáticas y lunáticas de los judíos egipcios (y unas gotitas de filosofía alejandrina), y desde Egipto irradió al resto del mundo a través de la vasta red de templos y santuarios dedicados a Isis y Serapis que había en todos los puertos del Mediterráneo y en todo el orbe (Pues el mismo Serapis anterioremente fue llamado José, Tertuliano, Ad nationes, II 8.10. Según san Juan Crisóstomo, la Septuaginta se custodiaba en el templo de Serapis en Alejandría, Homilía I 6.1 Adversus judaeos). Como la peste negra, el virus del Espíritu Santo se propagó por barco. Los capítulos de los Hechos que narran los viajes marítimos de Pablo, sobre todo los dos últimos, son un relato ficticio y esquemático de cómo ocurrió esta difusión. El ficticio Pablo viajó a Roma ¡en dos naves de Alejandría! (He 27.6; 28.11). No es ninguna casualidad que las epístolas capitales del NT estén dirigidas a los cristianos de Éfeso, Corinto, Tésalónica o Roma, ciudades todas que mantenían estrechos vínculos comerciales con Alejandría, y donde estaba firmemente establecido el culto de Isis y Serapis.
























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