10 julio 2007

Hircus

























              Diodoro Sículo, Biblioteca histórica 1.88


Deificaron al cabrón, igual que también entre los griegos dicen que se honra a Príapo, por sus partes genitales, pues este animal es el más inclinado a la copulación, y la parte del cuerpo causante de la generación es venerada convenientemente, como comienzo del principio que engendra la naturaleza de los animales. En general, el Falo, no solo los egipcios, sino también no pocos de los demás lo han consagrado en las ceremonias como causa de la génesis de los seres vivos (τὸ αἰδοῖον... ὡς αἲτιον τῆς τῶν ζῴων γενέσεως). Y los sacerdotes que heredan el sacerdocio paterno en Egipto son iniciados en primer lugar en los misterios de este dios (τούτῳ τῷ θεῷ). Y los Panes y los Sátiros, dicen, por esta misma causa son venerados entre los hombres, y por ello muchísimos colocan en los santuarios sus imágenes itifálicas y semejantes a la figura del cabrón, porque este animal, según la tradición, es el más activo en la copulación. Ellos, pues, por medio de estas imágenes dan gracias por su propia fertilidad.



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               Voltaire, Diccionario filosófico: Cabrón


Los honores de toda especie que la antigüedad ha rendido a los cabrones serían bien sorprendentes, si alguna cosa pudiera sorprender a los que están un poco familiarizados con el mundo antiguo y moderno. Los egipcios y los judíos designaron con frecuencia a los reyes y a los jefes del pueblo por la palabra de cabrón. Encontraréis en Zacarías: «El furor del Señor se ha irritado contra los pastores del pueblo, contra los cabrones; Él los visitará. Él ha visitado su rebaño la casa de Judá, y lo ha hecho su caballo de batalla.» (Zac 10.3) «Salid de Babilonia, dice Jeremías a los jefes del pueblo, y sed los cabrones a la cabeza del rebaño.» (Jer 50.8) Isaías se ha servido en los capítulos X y XIV del término cabrón, que se ha traducido por la palabra príncipe.
Los egipcios hicieron mucho más que llamar a sus reyes cabrones, consagraron un cabrón en Mendes, y se dice incluso que lo adoraron. Es muy posible que el pueblo haya tomado en efecto un emblema por una divinidad, lo que sucede con frecuencia.
No es verosímil que los
shoem o shotim de Egipto, es decir los sacerdotes, hayan a la vez inmolado y adorado los cabrones. Se sabe que tenían su cabrón Hazazel, que precipitaban, adornado y coronado de flores, para la expiación del pueblo, y que los judíos tomaron de ellos esta ceremonia, y hasta el nombre de Hazazel, así como adoptaron muchos otros ritos de Egipto.
Pero los cabrones recibieron todavía un honor mucho más singular; es sabido que en Egipto muchas mujeres daban con los cabrones el mismo ejemplo que dio Pasifae con su toro. Heródoto cuenta que cuando él estaba en Egipto, una mujer tuvo públicamente este comercio abominable en el nomo de Mendes: dice que quedó muy asombrado, pero no dice que la mujer fuera castigada.
Lo que es todavía más extraño, es que Plutarco y Píndaro, que vivieron en siglos tan alejados uno del otro, concuerdan ambos en decir que presentaban mujeres al cabrón consagrado. Esto causa espanto. Píndaro dice, o bien se le ha hecho decir:


Graciosas muchachas de Mendes,
¿qué amantes roban de vuestros labios
los dulces besos que yo cogería?
¡Qué! ¡son los maridos de las cabras!



Los judíos imitaron bastante estas abominaciones. Jeroboán instituyó sacerdotes para el servicio de sus becerros y de sus cabrones (2Cr 11.15). El texto hebreo pone expresamente cabrones. Pero lo que ultrajó la naturaleza humana fue el brutal extravío de algunas judías que estuvieron apasionadas por los cabrones y de los judíos que se aparearon con las cabras. Fue necesaria una ley expresa para reprimir esta horrible torpeza. Esta ley fue dada en el Levítico (17.7), y es expresada en varias ocasiones. Al principio es una prohibición terminante de sacrificar a los velludos con los que se ha fornicado. Luego otra prohibición a las mujeres de prostituirse con las bestias, y a los hombres de mancharse con el mismo crimen (Lv 18.23). Finalmente es ordenado que cualquiera que sea hallado culpable de esta torpeza será condenado a muerte con el animal del cual se haya abusado. El animal es reputado tan criminal como el hombre y la mujer; y se dice que su sangre caería sobre todos ellos (Lv 20 15,16, Ex 22.19, Dt 27.21).
Es principalmente de cabrones y de cabras de lo que se trata en estas leyes, que llegaron a ser desgraciadamente necesarias para el pueblo hebreo. Es con los cabrones y con las cabras, los asirim, con los que se dice que los judíos se prostituían: asir, un cabrón y una cabra; asirim, los cabrones y las cabras. Esta fatal depravación era común en muchos países cálidos. Los judíos entonces erraban en un desierto donde no se podía apenas alimentar más que cabras y cabrones. Es bien sabido cuánto este exceso ha sido común entre los pastores de la Calabria y en muchas otras comarcas de Italia. Virgilio incluso lo menciona en su tercera égloga: el verso 

Novimus et qui te, transversa tuentibus hircis
Sabemos lo que te.., mirándote de través los cabrones


es muy conocido.
No se conformaban con estas abominaciones. El culto del cabrón fue establecido en Egipto, y en las arenas de una parte de la Palestina. Se creyó operar los encantamientos por medio de los cabrones, los egipanes, y de algunos otros monstruos a los cuales se daba siempre una cabeza de cabrón.
La magia, la hechicería pasó pronto del Oriente al Occidente, y se extendió por toda la tierra. Se llamaba
sabbatum entre los romanos la especie de hechicería que venía de los judíos, confundiendo así su día sagrado con sus secretos infames. De aquí que finalmente ser hechicero e ir al sábado fue la misma cosa entre las naciones modernas.
Miserables mujeres del pueblo, engañadas por bribones, y aún más por la debilidad de su imaginación, creyeron que después de haber pronunciado la palabra
abraxa, y ser frotadas con un ungüento mezclado con boñiga de vaca y pelo de cabra, irían al sábado sobre un palo de escoba durante su sueño, que allí adorarían a un cabrón, y que gozaría con ellas.
Ésta opinión era universal. Todos los doctores pretendían que era el diablo quien se metamorfoseaba en cabrón. Esto puede verse en las
Disquisiciones de Del Rio y en otros cien autores. El teólogo Grillandus, uno de los grandes promotores de la Inquisición, citado por Del Rio, dice que los hechiceros llaman al cabrón Martinet. Asegura que una mujer que se había dado a Martinet montaba en su lomo y era transportada en un instante por los aires a un sitio llamado la nuez de Benevent.
Hubo libros donde los misterios de los hechiceros estaban escritos. Yo he visto uno en la cabecera del cual se había dibujado muy mal un cabrón, y una mujer arrodillada detrás de él. Se llamaba a estos libros G
rimorios en Francia y en otras partes el Alfabeto del diablo. El que yo vi no contenía más que cuatro folios en caracteres casi indescifrables, tales más o menos como los del Almanaque del pastor.
La razón y una mejor educación habrían bastado para extirpar en Europa tal extravagancia; pero en lugar de razón se emplearon los suplicios. Si los presuntos hechiceros tuvieron su grimorio, los jueces tuvieron su código de los hechiceros. El jesuita Del Rio, doctor de Lovaina, hizo imprimir sus
Disquisiciones mágicas en el año 1599: asegura que todos los herejes son magos, y recomienda con frecuencia que se les dé tormento. No duda que el diablo se transforma en cabrón y concede sus favores a todas las mujeres que se le presentan. Cita varios jurisconsultos llamados demonógrafos, que pretenden que Lutero nació de un cabrón y de una mujer. Asegura que en el año 1595, una mujer parió en Bruselas un niño que el diablo le había hecho, disfrazado de cabrón, y que fue castigada; pero no dice con qué suplicio.
Quien más profundizó la jurisprudencia de la hechicería es uno llamado Boguet, gran juez en última instancia de una abadía de San Claudio en Franco Condado. Da razón de todos los suplicios a los que condenó los hechiceros y las hechiceras: el número es muy considerable. Casi todas estas hechiceras son acusadas de haberse acostado con el cabrón.
Ya se ha dicho que más de cien mil presuntos hechiceros han sido ejecutados a muerte en toda Europa. La sola filosofía ha curado por fin a los hombres de esta abominable quimera, y ha enseñado a los jueces que no es necesario quemar a los imbéciles.




























cumque mactaverit hircum pro peccato populi
cumque portaverit hircus omnes iniquitates eorum
después inmolará al cabrón por el pecado del pueblo
después llevará el cabrón todas las iniquidades de ellos
 

Levítico 16 15,22
.
si enim sanguis hircorum et taurorum et cinis vitulae aspersus inquinatos sanctificat ad emundationem carnis, quanto magis sanguis Christi.
impossibile enim est sanguine taurorum et hircorum auferri peccata.

porque si la sangre de cabrones y de toros y la ceniza de la becerra, rociada a los inmundos, santifica para purificación de la carne ¡cuánto más la sangre de Cristo!
porque es imposible que la sangre de toros y de cabrones quite los pecados.
 

Hebreos 9.13; 10.4.. 

Verdaderamente, éste era el que entonces decía ser el Hijo de Dios. Porque ¿cómo semejante a aquél? Para esto se dice semejantes los cabrones, hermosos, iguales, a fin de que cuando vean entonces al mismo cabrón, por tanto, se vea al modelo de Jesús que debía padecer.

Epístola a Bernabé 7.10

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.¿A qué apunta aquella síntesis de dios y macho cabrío que se da en el sátiro?

 F. Nietzsche, El nacimiento de la tragedia, Ensayo 4



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