10 agosto 2007

Faloforías




















                  


         
           Jámblico, Sobre los misterios egipciosI 1,2,10,11

La divinidad que preside la elocuencia, Hermes, hace tiempo es considerada acertadamente común a todos los sacerdotes y este único protector de la verdadera ciencia de los dioses es el mismo en todo el mundo, a quien precisamente incluso nuestros antepasados dedicaban los descubrimientos de su sabiduría, poniendo bajo la autoría de Hermes todas sus propias obras. Y si también nosotros obtenemos de este Dios la parte que nos corresponde en la medida de nuestras posibilidades, tú haces bien en exponer a los sacerdotes, como gustan, cuestiones teológicas pertenecientes al ámbito de sus conocimientos, y yo con razón, considerando que la carta enviada a mi discípulo Anebo está escrita a mí personalmente, te voy a responder la verdad misma sobre lo que preguntas.... Y si propones alguna cuestión filosófica, también esta te la interpretaremos de acuerdo con las antiguas estelas de Hermes, que Platón, ya antes, y Pitágoras, tras leerlas en su totalidad, utilizaron para crear su filosofía.

























En efecto, al igual que, mientras que los vivientes compuestos nacen y mueren, el alma, que es la generadora primera (cf. semen=alma primera, πρώτην ψυχήν, Aristóteles, Sobre el alma I 405b, Platón, Timeo 34c), es por sí misma no engendrada e incorruptible, así también, mientras que los seres que participan del alma sufren y no tienen de forma absoluta la vida y el ser, sino que están ligados a lo indefinido y a la alteridad de la materia, el alma en sí misma es inmutable, pues por esencia es superior al padecer, sin obtener la pasibilidad como una voluntad inclinada en los dos sentidos, ni la inmutabilidad como advenidiza en una participación de su estado o potencia.
Ahora bien, puesto que en el caso de los últimos géneros superiores, caso del alma, hemos demostrado imposible su participación en el sufrir, ¿qué necesidad hay de unirla a los démones y héroes, los cuales precisamente son eternos y permanentes compañeros de los dioses, guardan también ellos de la misma forma una imagen del gobierno de los dioses, conservan sin cesar el orden divino y no lo abandonan nunca? Sabemos, por supuesto, lo siguiente, que la pasión es desordenada, imperfecta e inestable, no se pertenece a sí misma en modo alguno, sino que está ligada a aquello por lo que es contenida y a lo que es esclava con vistas a la generación; ella, pues, conviene a cualquier otro género más que a lo que está siempre unido a los dioses y que recorre con ellos el mismo ordenado circuito. Impasibles, pues, son también los démones y todos los géneros superiores que les escoltan.
¿Cómo, entonces, en los actos teúrgicos se actúa mucho sobre ellos como sometidos a las pasiones? Afirmo, con toda rotundidad, que quien diga esto lo hace con desconocimiento de la mistagogia sagrada. En efecto, entre los actos que ordinariamente se ejecutan en la teúrgia, unos tienen una causa inefable y superior a la razón; otros, como símbolos, están consagrados eternamente a los seres superiores; otros conservan alguna otra imagen, como también precisamente la naturaleza generadora modela imitativamente unas formas visibles de conceptos invisibles; otros se hacen en honor de la divinidad o bien tienen como objetivo una asimilación cualquiera o incluso una relación de parentesco; algunos, en cambio, nos procuran lo ventajoso para nosotros o purifican de algún modo y liberan nuestras pasiones humanas o apartan cualquier otro de los peligros que nos amenazan. Sin embargo ninguno estaría de acuerdo ya en reconocer que una parte del culto tiene por objeto dioses o démones venerados como seres susceptibles de pasión, pues la esencia eterna e incorpórea por sí no puede por naturaleza recibir un cambio proveniente de los cuerpos.
Y si se diera tal exigencia, no habría nunca necesidad de hombres para semejante ritual; ella está colmada por sí misma, por la naturaleza del mundo y por toda la perfección de la creación, y, si se puede decir, antes de tener necesidad, se hace autárquica merced a la totalidad plena del mundo y a su propia plenitud, y también porque todos los géneros superiores están llenos de sus propios bienes.
Sean estos nuestros argumentos generales relativos al culto puro: porque une íntimamente los demás seres con los superiores a nosotros, porque se dirige puro a los puros y exento de pasiones a los exentos de pasiones. Entrando en detalles, afirmamos que la erección de imágenes fálicas es un símbolo de la potencia generadora y consideramos que ella está llamada a fecundar el mundo, razón por la que la mayoría son consagradas en primavera, cuando precisamente también todo el mundo recibe de los dioses la generación de la creación entera. Y pienso que las palabras obscenas testimonian la carencia de belleza en el ámbito de la materia y la fealdad previa a lo que va a ser ordenado; estos seres, que están carentes de orden, aspiran tanto más a ello, cuanto más son conscientes de su propia inconveniencia. A su vez persiguen las causas de las formas ideales y de lo bello, cuando captan lo obsceno por la expresión de lo obsceno; apartan la práctica de obscenidades, pero, a través de las palabras, manifiestan su conocimiento, y mutan su deseo en sentido contrario.
Estas cuestiones implican también otra argumentación similar. Las fuerzas de las pasiones humanas que hay en nosotros, si son aprisionadas por completo, se hacen más violentas; por el contrario, si se ejercitan breve y adecuadamente tienen un gozo mesurado y quedan satisfechas, y, a partir de ese momento, purificadas, resultan calmadas por persuasión y sin violencia. Por esta razón, cuando en la comedia y en la tragedia contemplamos las pasiones ajenas, ponemos freno a nuestras propias pasiones, las hacemos más moderadas y las purificamos; en los ritos sagrados, por la contemplación y audición de obscenidades, nos liberamos del daño que podría sobrevenirnos si las pusiéramos en práctica.
Así pues, para curar nuestra alma, para moderar los males que le son connaturales por el hecho de la generación, para liberarla y librarla de las ataduras, por estas razones se llevan a cabo tales ritos. También por esta razón justamente Heráclito los llamó "remedios", en la idea de que remedian las desgracias y hacen a las almas exentas de los males de la generación.

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